Me hago mayor, no considero que sea malo y me cuesta entender a quién convierte ocultar su edad en una obsesión, pero a veces me entristece mirarme en el espejo y no reconocerme. Es entonces, en ese justo momento cuando recuerdo la edad que tengo y me cuesta asumir que sea real. Crezco, es la vida y eso es bueno. Mis experiencias me han ayudado a estar donde me encuentro ahora, y es ahora, en este preciso instante, cuando más estoy disfrutando de mi vida. Y eso es exactamente lo que me entristece.

El paso del tiempo

Mi paso del tiempo

No me preocupa mi edad, no me asusta, y asumo que con suerte ese número irá en aumento. Pero pienso que cada vez me queda menos tiempo, que he empezado tarde a disfrutar, que desperdicié mucho sintiendo sin darme cuenta que ser joven era eterno, pensando erróneamente que dispondría de todo el que quisiese, que podría retrasar todos esos sueños de niña y adolescente y después todos los proyectos en los que pensé en embarcarme. El tiempo pasa… Y la imagen que el espejo me devuelve cuando por accidente dirijo mi mirada hacia él, es la de una mujer delgada, alta, con alguna cana y con marcas que ese mismo tiempo ha ido dejándome en la piel y que no recordaba haber visto antes, no son muchas si he de ser sincera, pero antes no estaban y hacen que me detenga, pestañee y me acerque para mirarme con más detenimiento.

Miedo al fracaso

Miedo al fracaso

Siempre termino prestando toda la atención a mis ojos, es lo que finalmente acabo por reconocer mío, como si por un instante fuese consciente de que algo ha ocurrido y estoy dentro de un cuerpo al que no pertenezco, y aunque pueda resultar extraño, este pensamiento kafkiano y delirante me reconforta y hace que vuelva al momento anterior a ese encuentro innecesario y continúe con lo que estuviese haciendo. Pero a veces parecen cansados, tristes, conscientes de una realidad que yo ignoro y obligados a cargar con un peso que solo a mí me corresponde. Esos instantes me enfurecen, porque me asustan y me enseñan que no fue la juventud o el desconocimiento los que hicieron que el tiempo se me escurriese entre los dedos. Fue el miedo, siempre es el miedo… Miedo al qué dirán, al fracaso, a lo desconocido, a mostrarme, a conocer gente, a que me conociesen a mí, a abandonar mi oscuridad, a caminar sola y dejar atrás una seguridad que no era tal, que tan solo era un espejismo disfrazado de realidad que hacía que el mundo continuase girando sin que me diese cuenta, o sin que quisiese verlo…

Me digo a mí misma que he cambiado, que soy diferente, que ya no permito que nada ni nadie me detenga, que no tengo miedo, que nada me asusta y mientras, intento enterrar muy hondo esa voz débil y quebradiza que quiere gritar que eso no es cierto, que aún continuo asustada, que sigo teniendo miedo. Intento no escucharla, porque tal vez así esa inquietud que ha nacido en un solo segundo desaparezca igual de rápido, y a veces, con suerte, no lo consigo, y recuerdo que enterrar esa voz tuvo gran parte de la culpa de lo que hoy me lamento, si la hubiese escuchado decirme que estaba dejando pasar todo lo que quería vivir, esas arrugas no me asustarían tanto.

Me obligo a respirar hondo, a dejar de pensar, a detener la angustia y la opresión del pecho. A veces las cosas comienzan a girar tan rápido que es difícil detenerlas y eso me pasa a mí, comienzo a caer, pierdo el equilibrio en un instante y si no me agarro con fuerza a mi verdadera realidad, el miedo me atenaza y todo se desdibuja. Así que una respiración da paso a otra y ésta a otra más y la siguiente puede que sea la que me ayude a abrir los puños, a volver a pensar, a dar el siguiente paso, a decirme que se acerca el momento en el que he de aceptar que la vida siempre continua hacia delante y que lamentarme por todo lo que he dejado de vivir solo sirve para dejar de disfrutar lo que estoy viviendo ahora. Pero eso lo he aprendido con el paso del tiempo…

Sigue leyendo Amaya Álvarez

No Hay Más Artículos