Últimamente pienso mucho en una época muy concreta de mi infancia. Creo que alguna vez he hablado de mi niñez, no fue feliz, pero desde la perspectiva del tiempo veo que tampoco fue triste, y desde luego ni mucho menos desgraciada. Entonces, como el resto del mundo, no sabía todo lo que sé ahora, de lo contrario no habría tardado tanto en disfrutar de aquella soledad y desde luego habría dejado antes de buscar mi sitio.

A eso me refería justo al inicio, al momento en el que creí que tenía la necesidad de encontrar un sitio, de encajar. Me metí de lleno en una tarea que a día de hoy veo que me sobrepasaba. ¿Con quién podría estar yo? ¿En qué grupo encajaba? Porque estaba claro que en alguno tenía que estar. Todas las niñas de mi edad que conocía tenían su sitio, el problema estaba claramente en mí, que simplemente no sabía encajar. Me entristece pero he de reconocer que a aquella edad aún más, me consideraba la culpable de cualquier cosa que me ocurriese y que entonces resultó ser una especie de aislamiento al que la mayoría de mis compañeras de colegio me sometían, en lo que me pareció y ahora sigo pensando, sin motivo aparente. Comencé a informarme de lo que a otras niñas les gustaba, a comprar y leer revistas que antes ni siquiera miraba, a prestar más atención a la música que ponían en esa emisora concreta de radio, me obligué a seguir la serie que todas veían y a cambiar de forma de vestir, o al menos a intentarlo.

“Mi sitio está dentro de mí, no tengo que buscarlo fuera”

Mi Sitio

Mi Sitio

Ahora resulta sencillo ver lo equivocada que estaba, y tengo que decir que, tras varios intentos y mucha frustración, poco a poco abandoné mi objetivo y volví a ser yo misma, compartiendo mi soledad con mis libros, películas y las pequeñas historias que deambulaban dentro de mi cabeza y que de vez en cuanto era capaz de plasmar con más o menos coherencia sobre el papel. El tiempo pasó y bueno, me gustaría decir que todo aquello también, que comencé a sentirme bien dónde y cómo estaba. Y fue así la mayor parte del tiempo hasta hace unos días en los que de repente esa sensación volvió, acompañada de un montón de preguntas, de nuevo dudas, de nuevo miedo. ¿Cuál era mi lugar? ¿Qué estaba haciendo? ¿Intentaba encajar en el lugar equivocado, con la persona errónea? ¿A costa de qué quiero tenerla a mi lado o a esos supuestos amigos apoyándome? ¿Sería capaz de olvidarme de mí por continuar en el lugar exacto en el que me encontraba?

La teoría es fácil, la conozco a la perfección, me la he repetido hasta la saciedad y me he encargado de que mis hijos la conozcan con frases como “Si de verdad son tus amigos no tienes que cambiar para estar a su lado, ellos no van a pedírtelo y tampoco es lo que querrán” Pero… ¿Y si no te lo piden? ¿Y si eres tú la que poco a poco se moldea para entrar en el pequeño espacio que te ha tocado? ¿Y si llega un momento en el que sin darte cuenta has quitado tanto de ti que hasta ese espacio se te ha quedado grande?

Mi sitio está dentro de mí, no tengo que buscarlo fuera, debería de encontrarme a gusto en el lugar y en el momento exacto en el que esté, eso lo sé. Y creo que en ello ando, e intentando averiguar de paso, si quién está a mi lado está dónde quiere y con quién quiere por lo que es, si soy yo la que se obliga a encajar sin necesidad, la que tiene miedo de convertirse en “el sitio” de alguien o a la que tal vez le asuste más dejar de serlo…

Porque el tiempo pasa y nosotros crecemos y maduramos con él, dejando atrás los miedos, las dudas y las inseguridades de la infancia, o tal vez eso es lo que se nos presupone, tal vez han arraigado tanto dentro de nosotros que de vez en cuando despiertan de nuevo obligándonos a preguntarnos si estamos dónde y cómo queremos estar, y tal vez, eso no sea del todo malo…

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