Acabo de adquirir una nueva edición del Ulises de James Joyce, tenía una (seguro está extraviada en mi biblioteca) que consta de dos tomos. Quien me acercó a esta novela fue el escritor Vladimir Nabokov. Lector puntilloso y al cual le gustaba hurgar en el cuatro de traste de los detalles de las novelas, “Al leer, debemos fijarnos en los detalles, acariciarlos”.

Disfrutaba la literatura escudriñando sobre la forma que tenía el insecto en el cual se transformó el personaje de Kafka, que noveletas románticas hacían soñar a Madame Bovary y cuestiones por el estilo.

Nabokov veía las grandes obras de la literatura como obras de arte de la cuales no se sacaba nada útil sobre la vida, pero se podría aprender sobre la belleza de las palabras en la creación de un mundo especial. Para el autor de “Lolita” los verdaderos escritores comenzaban desde cero, para ellos no existían valores predeterminado y ellos lo iban creando a medida que escribían, el mundo real existía sólo como plataforma para el mundo creativo de la ficción literaria y por esa razón escribe: “El arte de escribir es actividad fútil si no supone ante todo el arte de ver el mundo como el substrato potencial de la ficción”.

Nabokov se sumerge en el Ulises como un lector al que le encantan los retos y  por ello advierte: “Ulises es una estructura sólida y espléndida, pero un poco sobrestimada por esa clase de críticos más, interesados por las ideas, las generalidades y los aspectos humanos que por la obra e arte en sí. Debo prevenirles especialmente contra la tendencia a ver los aburridos vagabundeos de Leopold Bloom y sus pequeñas aventuras de un día de verano en Dublín…”.

La novela relata un solo día (16 de junio de 1904). Un día en la vida de algunos personajes y que termina en las primeras horas de la madrugada del día siguiente en la ciudad de Dublín.

El escritor ruso realiza una desquiciada radiografía de la novela, dibuja mapas de las diferentes trayectorias de los personajes, anota que hizo cada personaje, etc. También analizada las técnicas y estilos empleados por Joyce en cada capítulo y descubre esos juegos sutiles con las palabras y la estructura de la novela al que el propio Nabokov fue a su vez muy afecto y que llevó a la practica en algunas de sus libros.

Joyce avanza un peldaño más (y que peldaño) en asumir la novela con un enfoque renovado. En la introducción Francisco García Tortosa anota que “cuando el arte ilumina o desempolva untado nebuloso de la realidad, necesariamente tiene que adoptar formas distintas”. El Joyce de los primeros relatos no es tan complejo, pero ya asoma algunos aspectos que señalan el rumbo que tomaría su trabajo literario posterior. El libro de relatos “Dublineses” es muestra de una madurez inusual para un escrito que se inicia. El ejemplar que tengo fue traducido por el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante. Para muchos es considerada una de las mejores traducciones, sin mencionar que viene ilustrado con fotografías de un Dublín en sepia y nostalgia.

Me intrigó siempre que Cabrera Infante eligiera este libro de Joyce.

Los puntos de contactos entre los dos escritores podría ser ese malabarismo que ambos hacen con las palabras y ese amor irreductible por la parodia literaria. En una conferencia sobre su poética narrativa el escritor cubano escribe: “Afortunadamente parodia queda cerca de parótido que, como las parótidas, tienen que ver con el oído, no con el odio. parodia y paronomasia, jugar con las palabras, son vocablos vecinos. se puede hacer parodia sin paronomasia, pero muchas veces la paronomasia es una parodia de una sola palabra. paronomasia es una tierra donde abundan las parodias. de ese oriente vengo y voy./ mamá yo quiero saber/ de dónde son las parodias./ yo las quiero, tú las odias./ ¿de dónde serán?/¿serán de la Habana?/ tierra vana, soberana./ Mamá, ¿por qué tú las odias?”. En la misma conferencia utiliza por supuesto un epígrafe de Nabokov: “Hay gente que odia la parodia”.

Otro aspecto que une a Joyce y a Cabrera Infante es que los dos fueron eternos exiliados. Joyce escribió los cuentos de Dublineses alejado de Dublín y el escritor cubano ya se sabe.

El libro de Joyce está conformado por 15 cuentos que dan un repaso a la niñez, la adolescencia, la madurez y la vida pública.

Están escritos, en palabras de Joyce,  con el estilo  “de una escrupulosa vulgaridad”.  Con respecto a la traducción Cabrera Infante, y en referencia al último cuento, Los muertos, que cierra el libro escribió: “…tengo que decir que todo el original de Joyce está informado y formado por la desfachatez irlandesa tanto como la traducción recurre con abundancia a los cubanismos y al habla de los habaneros, ambos dialectos usan y abusan de la falta de respeto con todo y para todos, la constante burla y la parodia creativa. Es así que se puede leer Efemérides en el comité como una veraz presencia (o presidencia) de la chacota en el duro oficio diario de la política y las preocupaciones inmediatas de los “sargentos políticos” con las conmemoraciones oficiales”.

El punto focal de todo esto radica en una frase de Joyce con respecto a Dublineses: “”Mi intención fue la de escribir un capítulo de la historia moral de mi país, y escogí Dublín para su escenario porque la ciudad me parecía el centro de la parálisis”. Sin duda esa parálisis que Cabrera Infante sintió con respecto a su amada ciudad de La Habana.

Lo que relata Joyce tanto en el Ulises como en sus cuentos es la odisea del hombre contemporáneo donde su vida interior posee una riqueza inexplorada y que muchas veces queda sepultada ante su travesía cotidiana un tanto intrascendente. Los héroes de la ficción novelesca se han convertido en seres comunes y corrientes cuya heroicidad reside en lucha con sus demonios interiores siempre al asecho.

Joyce haciendo uso de su memoria reinventó a Dublín en sus cuentos y en el Ulises. Cabrera Infante hizo otro tanto con La Habana y su novela “La Habana para un infante difunto” es una parodia erótica (más que heroica) con indiscutibles ribetes Joycianos.

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