El mundo de la novela 1984 de George Orwell esta dividido en tres grandes bloques: Oceanía, Eurasia y Estasia. Tres megaestados que viven permanentemente en guerra unos con otros.

El protagonista de la novela ( de nombre Winston Smith) vive en Oceanía y es un funcionario subalterno del gobierno, un burócrata del partido que trabaja en el Ministerio de la Verdad. Su función es retocar y reescribir las notas en los periódicos y los artículos de las revistas para adecuarlos a los lineamientos del gobierno.

En este mundo de Winston Smith todo parece estar desplazado, todo es trastocado y así el Ministerio e la Verdad reescribe la historia impresa a conveniencia y elabora mentiras creíbles para los ciudadanos, el Ministerio de la Paz se encarga de organizar todo lo concerniente a la guerra para fomentarla e incluso para que se prolongue en el tiempo.

El Ministerio del Amor es el encargado de torturar y someter a los ciudadanos a una especie de terapia para quebrar su voluntad y se adapte a la exigencias del Estado presidido por un personaje llamado El Gran Hermano. Personaje que nadie ha visto aunque su foto, estatuas y afiches aparecen en todo lados acompañado por una disuasiva frase: “El  Gran Hermano te vigila”.

La novela de Orwell publicada en el año 1949, siempre se ha tenido como una crítica sumaria al estalinismo de la otrora Rusia comunista, aunque intentaba pasar por algo así como una novela futurista.

Muchos críticos aseveraban que el escritor inglés se inspiró, o tomó en calidad de préstamo, bastante de la novela Nosotros (editada en el año 1921) del escritor ruso Evgeni Ivanovich Zamiatin (Lebedian 1884-París, 1937) cuyo argumento se podría resumir así: En el Estado Único se encuentra la ciudad de cristal y acero. Dicha ciudad está rodeada por un muro que la separa del mundo salvaje.

La existencia de sus habitantes transcurre bajo el férreo mandato del Bienhechor y ya no son seres humanos con nombres, sino un simple número. La vida personal ha sido borrada y los hombres-número trabajan con horarios rígidos y siempre a la vista de los demás. Ahora no existe el “yo”, sino el “nosotros”. El narrador D 503, quien es el proyectista de una nave que cruzará el universo para llevar a otros mundos los logros y hazañas del Bienhechor, cree con firmeza en lo que hace sólo que se enamora y en el Estado Único el amor es sinónimo de rebeldía.

Zamiatin ubicó su historia en un futuro utópico, de hecho la novela se incluye  como precursora del género de ciencia ficción, quizá tratando de esquivar la censura y fue escrita en Rusia durante el apogeo del estalinismo. El estilo de Zamiatin es algo árido, no obstante la circunstancia en la que fue escrita y la crítica negra sobre los engranajes de un Estado en el cual el poder se concentra en un líder omnipresente y que recurre a determinados mecanismos aberrantes para sojuzgar a los ciudadanos, sin mencionar que fue modelo para otro libros con tema similar como Un mundo feliz, de Aldous Huxley o Himno, de Ayn Rand.

Orwell por supuesto leyó la obra y calcó el esqueleto argumental del libro, además como era un escritor con más recursos, en cuanto a la carpintería estilística, pudo reelaborar con más crudeza esa pesadilla del poder aplastando al individuo en nombre de la felicidad colectiva.

Zamiatin que había experimentado como la palabra escrita puesta al servicio de los ideales que impulsan al líder supremo era la primera escalada para el cerco del pensamiento (contrario a las recetas del Estado o ampliamente imaginativo) hace escribir a su personaje D 503: “Y si estos seres no comprendieran por las buenas que les aportamos una dicha matemáticamente perfecta, deberemos y debemos obligarles a esta vida feliz. Pero antes de empuñar las armas, intentaremos lograrlo con el verbo. En nombre del Bienhechor, se pone en conocimiento de todos los números del Estado único: Que todo aquel que se sienta capacitado para ello, viene obligado a redactar tratados, poemas, manifiestos y otros escritos que reflejen la hermosura y la magnificencia del Estado único. Estas obras serán las primeras misivas que llevará el Integral al Universo”.

La novela de Orwell por otra parte ahonda en ese tema del lenguaje, de la manipulación de las palabras para amoldarlas y ahormarlas a las directrices ideológicas del Estado. En la Oceanía de Winston Smith se ha creado la neolengua  cuya meta era desechar la vieja lengua contentiva de muchas no-verdades y crear un modo de expresión que no permitiera pensamientos fuera de la ideología del Gran Hermano. Todo pasa por el lenguaje.

El Estado orwelliano quien domina las palabras hace uso a placer de las mismas no sólo para trastocar viejos conceptos, sino para darle un nuevos derroteros a la Historia. El escritor E. L. Doctorow tiene una visión más acertada sobre las intenciones reales de la novela de Orwell y escribe: “El lector que vuelva a tomar el libro después de muchos años tal vez se sorprenda al comprobar que requiere su atención en mayor grado. No son los accesorios del Estado maligno, tales como la policía, las telepantallas, los implementos de tortura o el famoso Cuarto 101. Lo que Orwell destaca de manera recurrente a lo largo del libro es la idea de la manipulación política de la realidad mediante el control de la historia y el lenguaje”.

El otro punto ineludible es la libertad. La estrecha vigilancia que se ejerce sobre los individuos va directo a la yugular de la intimidación. Donde el estado todo lo controla cualquier actividad puede ser catalogada como criminal. Zamiantin lo plantea así en un aparte de su novela Nosotros: “¿Liberación? Resulta sorprendente darse cuenta de lo intensos y poderosos que son los instintos delictivos de la humanidad. Y lo digo a plena conciencia: delictivos. Pues los conceptos de libertad y delito están tan estrechamente vinculados como… digamos, por ejemplo, como el movimiento de un avión con su velocidad: si la velocidad de un avión es cero, entonces éste no se mueve; lo cual es absolutamente cierto. Si la libertad de hombre es cero, entonces no comete delitos. El único medio de preservar al hombre del crimen es salvaguardarle de la libertad.”

Los logros de cualquier ministerio, real o ficticio, siempre son nulos por el espíritu de incompetencia que los anima y como están abocados a llevar a cabo tareas con horarios y papeles pronto la niebla del absurdo los cubre con lentitud de tal suerte que funcionarios o visitantes de repente se ven entrampados en esa atmosfera kafkiana de lo irreal. En el mundo frío de los ministerios la vida está sometida a conjuras invisibles para que nada funcione aunque en apariencia se perciba mucha actividad, mucho movimiento de papeles, formas, sellos y firmas no es casual que la literatura los utilice como ejemplo de burocracia, como esa caricatura donde todo se paraliza, menos el reloj que marca la hora de entrada y salida de los funcionarios.

La literatura en su mejor acepción se puede considerar como un discurso que va a contracorriente de los discursos del Poder. Mientras el poder quiere un mundo cuadriculado y previsible en la que todos sus ciudadanos sean modelos de los políticamente correcto, la literatura abre la puerta de lo inesperado, de los imprevisible, de la imaginación fulminándolo todo incluso las normas y leyes que rigen el lenguaje.

 

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