"Qué podríamos hacer con esa difunta que no termina de morirse, hija, ya son dos meses de martirio desvelándonos y esta mujer no da signos de muerte alguna”, se quejó el anciano hombre a la hora del almuerzo, mientras acariciaba la cabeza de Nerón, el perro pastor alemán que le había regalado su compadre político y quien anhelaba aunque fuera una tortilla de maíz mal cocido, porque el hambre sentida era atroz.
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