Abrazar el miedo

Abrazar el miedo

Marcela siempre había sabido cuál era su propósito, ayudar a superar el miedo a todo aquel que quisiera ser ayudado.

Antes de lanzarse a su aventura de liberación, se había interesado por la naturaleza de este mal y descubrió, sin que hubiera espacio para la duda, que todos, absolutamente todos los humanos, lo padecían.

−  Solo es uno, es inmenso y tiene la capacidad de manifestarse de múltiples maneras. No te dejes engañar, tiene muchos nombres y adopta muchas formas, pero el miedo siempre es el mismo − le dijeron.

− ¿Y cómo se combate? – preguntó.

−  Lo sabrás, cuando lo tengas frente a ti. Y sin más explicación, aceptó la misión porque le parecía excitante, le entusiasmaba la idea de recorrer el mundo entero con un mensaje tan liberador y esperanzador. Le tentaba el éxito y la posibilidad de viajar. Se lanzó con ilusión, pero su destino resultó desconcertante. Estar rodeada de fina y cálida arena, con el sol siempre en lo alto y centenares de dunas bailando al son del viento, no era lo que había imaginado. Se encontraba acompañada de sí misma en aquel mágico, bello y hostil desierto. Ni rastro de personas a las que dirigir su mensaje, ¿podría haberse equivocado el cielo? Cuando cayó la primera noche, el silencio que durante el día le pareciera un inspirador regalo, se tornó en aterrador. Se sentía tan diminuta e insignificante, tan perdida y frustrada, tan estúpida. Ella era Marcela, un ser liberador, iba a salvar al mundo de su miedo y sin embargo, se encontraba inmersa en su propio pánico, abrazándose a sí misma y con los ojos espantados de tanto querer ver lo que no veía. Los días se sucedían con lentitud y los miedos de Marcela se alternaban y multiplicaban sin control. Su mente galopaba sin darle tregua. ¿Habrían equivocado su destino? ¿Quizá no entendió en qué consistía su propósito? Ella tenía que liberar a los demás del miedo, había nacido para ello, ésa era su función, pero ¿cómo podría hacerlo si vivía atemorizada, si no tenía a quién dirigirse?

Estaba sola, vagabundeando por tierras extrañas, sin apenas comida ni bebida. Pasaba sus noches sumida en el llanto porque no soportaba la oscuridad y el silencio le despertaba una imaginación en la que predominaban terribles peligros y dolorosas torturas.
Cada día procuraba caminar un poco, decidió no perder el tiempo en preguntarse si deseaba o no avanzar, decidió no perder el tiempo en preguntarse si tenía hambre o sed, decidió no perder el tiempo en preguntarse si había descansado bien, si aquel sería el último de sus días o si por el contrario, encontraría cobijo y alimento. En definitiva, decidió no perder el tiempo y aunque seguía temiendo la llegada de la noche, arrastraba sus pasos bajo el sol, siempre hacia delante y siempre con el anhelo de cumplir algún día con su propósito.

Tuvieron que pasar muchas noches con sus correspondientes días antes de que avistara una pequeña jaima a los pies de dos palmeras. Creyó que se trataba de una alucinación y su fin se aproximaba. Creyó que su efímera existencia de nada había servido y que pronto todo terminaría y en ese momento, aunque el mayor temor que hubiera sentido jamás se apoderó de sus entrañas, no pudo ahogar una entusiasmada exclamación:

− ¡Oh!

Abrazar el miedo

Abrazar el miedo

Dos mujeres charlaban amigablemente muy cerca de allí. Marcela, tras tener al miedo frente a ella durante muchas noches y muchos días, sabía que no podía vencerlo, que formaba parte de sí misma y que tan solo le restaba amarlo, aceptarlo, abrazarlo y mirarlo a la cara. Tenía que acogerlo en su vida, sabía que el miedo no se marcharía jamás, sabía que siempre la acompañaría allá donde fuera, pero también sabía que no podía impedirle crecer y avanzar. Resolvió gritarle con fuerza… gracias, te veo, sé que caminas a mi lado, pero no me importa, he decidido aceptarte como compañero de viaje y ahora sé, que junto a ti, llegaré a mi destino.

Estaba preparada para compartir con el mundo su experiencia, ya sabía cómo cumplir su propósito, como liberar a la humanidad de una pesada carga. Y sonriendo, con su paso firme y más decisión que nunca, se dirigió hacia aquellas mujeres que charlaban amigablemente exclamando:

− ¡Al fin voy a liberar al mundo del miedo!

 

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