Hace ya más de quince años, un experto en asuntos de Oriente Medio de uno de los muchos think tanks que asesoran a la Casa Blanca y al mundo empresarial estadounidense, alertó en una charla con periodistas en Washington, entre quienes me encontraba, del serio problema que afrontaría Occidente a corto y medio plazo si no se atajaba a tiempo el creciente auge de grupos radicales y terroristas en el mundo árabe.

Ha transcurrido ese corto, medio y ya largo plazo, los problemas en la zona se han agudizado y poco o nada, más bien nada, se ha hecho para neutralizar esa amenaza. Más bien al contrario. Con sus políticas erróneas y erráticas, el mundo occidental, es decir, Estados Unidos y una amplia nómina de países dóciles a Washington, no han hecho más que alimentar el desastre que hoy padecemos.

En vez de diálogo, cooperación e integración económica se han fabricado falsos aliados a los que después Occidente ha derrocado a bombazos en defensa de nuestros valores. Las bombas esparcieron la metralla del odio y sembraron la semilla durmiente de grupos radicales. Hay otros muchos y complejos factores ajenos a nosotros, pero Occidente tiene una gran parte de responsabilidad.Y así seguimos, solo que ahora ya no queda otra alternativa; es decir, la misma, extirpar el tumor cancerígeno o afrontar la metástasis. Es una operación quirúrgica militar a vida o muerte. Tarde o temprano, pese a los lamentos de grupos pacifistas, la guerra vuelve a ser el último recurso y como dice el proverbio latino: Si vis pacem, para bellum (Si quieres la paz, prepárate para la guerra). Solo queda por definir el campo de batalla. Para el filósofo francés Bernard Henri-Lévy “si no hay tropas en su terreno, tendremos más sangre en el nuestro”.

Alternativas en respuesta

¿Queda alguna otra alternativa? Probable y tristemente, no. El diálogo no es viable con los radicales islámicos del ISIS. Su persistente y salvaje brutalidad solo se puede frenar con el recurso de la fuerza, cortando al mismo tiempo sus fuentes de financiación. Esa es su provocación y es lo que quieren, con la esperanza de soliviantar al mundo musulmán. Desde Europa hasta Australia, el mundo civilizado está en un serio peligro que amenaza nuestra cotidianeidad.
El mundo ha contemplado durante los dos últimos años la brutalidad de estos fanáticos y la escalada ha ido en aumento hasta alcanzar niveles muy preocupantes con los atentados indiscriminados del 13 de noviembre en París que se han cobrado 132 vidas inocentes, cifra que puede aumentar de forma considerable por el elevado número de heridos en estado crítico.

¿Quién tiene derecho a atacar?

Es comprensible la rabia y el manido recurso al legítimo derecho de defensa ejercido por Francia, en respuesta al profundo dolor que nos han causado los atentados en París, en el sofisticado santuario de la expresión de nuestros estándares de vida, pero nos olvidamos de que Occidente lleva agrediendo desde hace décadas a una región que se ha repartido a conveniencia de acuerdo con sus intereses económicos y estratégicos.
Tenemos nuestros valores y los consideramos sagrados. Y además, en Occidente, le damos a la vida un valor sublime, de ahí que nos duelan más nuestros muertos que los ajenos y lejanos. ¿Cuántas horas y portadas han dedicado los medios occidentales a abordar los atentados de París y llorar a sus víctimas y cuántas dedicamos a reflejar en los medios las decenas de miles de muertos civiles en Siria e Irak y los que se ahogan en el Mediterráneo tratando de huir del terror? ¿Se acuerda alguien de Aylan Kurdi? Sí, Aylan, el niño sirio de tres años que apareció muerto en la orilla de una playa de Turquía. Ah, si, qué pena. Pobrecito.
La violencia indiscriminada no soluciona los conflictos, sino que los agrava. Lo sabemos, tanto como el resultado de sumar dos unidades, pero aún así nos equivocamos una y otra vez y seguimos tropezando en la misma piedra. Y ya no es cuestión de ver quién tiró la primera, sino de parar de una vez el intercambio de tropelías.

¿Un hecho aislado?

Lo tenemos muy fresco en la memoria. A la violenta y criminal destrucción de las Torres Gemelas, siguieron los bombardeos y la intervención en Afganistán y el país está peor ahora que antes. Estados Unidos y sus lameculos de Europa se creyeron a pies juntillas la (in)existencia de armas de destrucción masiva en Irak. El país fue destruido, Sadam Husein derrocado y ahorcado y el país está ahora peor que antes. Suma y sigue con Libia, Siria y, en menor medida, por fortuna, Túnez y Egipto. Ya solo falta que los políticos occidentales, que han demostrado una torpeza infinita, desestabilicen Argelia y Marruecos para hacer la fiesta completa. Al tiempo.

Está claro que esta crisis, este choque brutal entre Oriente y Occidente va a perdurar durante décadas. Ya va siendo hora de poner en marcha un plan a muy largo plazo para dejar un mundo mejor a nuestros tataranietos, porque doy por descontado que a nuestros hijos y nietos les va a tocar bailar aun con la más fea de las situaciones. No se trata únicamente del recurso legítimo a la fuerza; se llama diálogo, cooperación, educación, desarrollo, integración y, sobre todo, respeto a las ancestrales culturas de mundos tan diferentes al nuestro.

¡Órden al desorden!

Ha llegado el momento de poner orden a tanto desorden. Volver atrás, al mundo académico que ha estudiado el mundo árabe y musulmán, escuchar y leer atentamente las enseñanzas de la Historia para no seguir repitiendo errores y trazar una clara ruta para la recuperación de los desesperados y atajar la violencia de los radicales.
Será una tarea titánica y muy prolongada en el tiempo, porque los intereses que confluyen en la zona son enormes. Tenemos a los principales actores protagonistas bien definidos. Están claramente expuestos en el libro Estado Islámico, del periodista Javier Martín, uno de los mayores expertos arabistas. En su libro, Martín contextualiza la aparición del ISIS, cuyo acrónimo se corresponde con Estado Islámico de Irak y Siria, dentro de un complejo entramado que ha brotado al albur del hundimiento del islamismo político, el fracaso de las primaveras árabes, los errores de Occidente y el pulso entre Irán, Arabia Saudí e Israel. El acuerdo nuclear con Irán es un paso fundamental porque puede tener enormes implicaciones para el futuro de la paz en Oriente Medio. Irán, feroz enemigo del ISIS, ha sido un tradicional comerciante con todos los países de la región y el levantamiento de las sanciones, puede devolverle una influencia económica decisiva para reconstruir y apaciguar la zona. Es un esperanzador punto de partida.

No Hay Más Artículos