Al atardecer en mi ciudad Madrid, cuando el sol se desploma y se precipita sobre el horizonte del oeste como si se tratara de un suicidio solar. Es el momento del día elegido para dar una vuelta con mi mascota Salma. Salma es una perra muy nerviosa pero divertida y muy especial que donde ve una reunión canina allí se dirige ardua y veloz a jugar a correr delante y detrás de otros perros que es su deporte preferido.

Ella va “¡Al mogollón!” Y por hacer un símil en referencia a la época maravillosa de los años ochenta donde nos ocurría exactamente lo mismo que a mi perrita Salma, quiero decir que íbamos también “¡Al mogollón!” Con la distinción de que éramos jóvenes poco informados sobre algunas cuestiones como lo peligroso de las drogas sobre todo la heroína, pero a un mismo tiempo vivíamos cada tarde noche como si fuese la última de nuestras vidas, es decir en todo su esplendor y aprovechando al máximo el tiempo de diversión de una noche tras otra.

Desde fuera y dentro del desconocimiento de esa década, se podría pensar. ¿Y qué tiene esa década de distinta en relación a otras décadas de otras épocas?

A todos aquellos que puedan pensar de esa manera les diré que los ochenta es una década distinta y muy especial en relación a otras décadas por varios motivos que voy a enumerar y comentar.

En la imagen del artículo donde se puede observar un edificio de viviendas del sur de Madrid. Fíjense en la zona de abajo a las faldas del edificio hay como unos recovecos enrejados, lo cierto es que al principio no estaban enrejados más tarde les pusieron rejas. ¿Que por qué? Muy sencillo enrejaron los recovecos de los edificios que daban al garaje para evitar que la gente utilizará los recovecos para de cuclillas y a escondidas o protegiéndose de la lluvia se pincharan con jeringuillas caballo es decir heroína.

Esta es una de las realidades de los ochenta que ha dado en la literatura y más aun en el cine mucho contenido para contar historias de delincuentes como el vaquilla o el torete de esa época.

Centrémonos en el título del artículo “¡Al mogollón!” Es mi manera de denominar la explosión de aquella época de los años ochenta en todos los aspectos, pero más marcadamente en el ámbito musical.

Cuando salías de casa allá por el año 1985 por ejemplo, pongamos que fuera un sábado día 13 de julio de 1985, sobre las cuatro de la tarde sin nada más que la papela (DNI) y un talego (mil pesetas) Muy distinto de la época actual con móvil inteligente y llaves electrónicas y demás artilugios tecnológicos.

Llegabas al sitio de reunión casi siempre un parque donde estaban o iban llegando tus colegas y bebíamos todos unas cervezas bien frías y fumábamos algo prohibido escuchando música de rock & roll, como por ejemplo “barricada,” “la polla récord,” o “banzai” con aquellos radio cassets de mano rudimentarios y a pilas, con esas pilas gordas alcalinas.

Las tardes en el parque con mis amigos tenían un color, un sabor y un olor especial difícil de explicar, no es que te lo pasaras bien, más bien era que la diversión era tan continua que apenas te dabas cuenta de que se hizo tarde y que ya era hora de volver a casa a dormir.

Tardes de amistad en lo más profundo de la palabra, tardes de compartir de contar historias vividas y de risas y diversión aseguradas, noches de “canciller” (discoteca heavy metal en el distrito de ventas, Madrid).

Tarde, noches y años inolvidables que han marcado mi juventud mi vida e incluso una manera de vivir, sentir y soñar.

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