Intensa sin duda la campaña que el gobierno mexicano ha emprendido para posicionar a México en el escenario internacional,  con énfasis por supuesto en Estados Unidos. En diversos foros, en las visitas de funcionarios mexicanos al vecino país del norte -incluida la reciente del Presidente Peña Nieto-,  en reiteradas declaraciones de la Canciller, de varios embajadores y cónsules, y  hasta en las redes sociales, se despliega una estrategia dirigida a destacar de manera principal el papel de México como socio comercial de Unidos, los empleos que derivan del comercio con México, las actividades productivas en las que destacamos a nivel mundial, así como las bellezas de nuestros sitios turísticos, y muchos otros aspectos positivos de México y de nuestra relación con Estados Unidos.  Se contrataron incluso empresas estadounidenses para asesorar en el cabildeo, la estrategia de comunicación y la mercadotecnia, como se ha hecho en repetidas ocasiones.

Inútil discutir si esta estrategia es tardía o no. Con actitud positiva opino que “más vale tarde que nunca “, como dicen. Sabemos que la imagen de México está muy deteriorada, – y también muy distorsionada -. Se destacan en los medios de comunicación, nacionales y extranjeros:    los múltiples asesinatos, los múltiples desaparecidos, los numerosos secuestros; la fallida batalla contra el narcotráfico y las constantes guerras entre cárteles; nuestro pobre desempeño económico, la perpetua inequidad, los graves niveles de pobreza y de violencia criminal extendida; los altos índices de corrupción y la permanente impunidad.

“A esa realidad que nos avergüenza, se suman la ignorancia, el manejo de estereotipos y el racismo de ciertos grupos de estadounidenses.”

Con todo esto, que refleja una parte importante de nuestra realidad, ¿cómo podemos esperar que nos vean en el exterior?. En particular, ¿cómo creemos que nos ven los estadounidenses? La respuesta es obvia, en especial porque a esa realidad que nos avergüenza, se suman la ignorancia, el manejo de estereotipos y el racismo de ciertos grupos de estadounidenses sobre México, y sobre los mexicanos, los “de aquí”, y los “de allá”; entre ellos, Trump quien logró avivar con éxito los sentimientos antimexicanos con su discurso violento y estridente.

 

defensa1Bien que se subrayen aspectos positivos de nuestro desarrollo y la importancia estratégica de la relación bilateral. Pero, la estrategia es incompleta. Primero, porque está dejando de lado a la gente, a los mexicanos de ambos lados de la frontera. ¿Dónde están los héroes de origen mexicano condecorados en las dos guerras mundiales y las otras que libra Estados Unidos en el mundo?; ¿dónde los trabajadores del campo y de la industria agrícola por cuyo esfuerzo esa sociedad tiene  alimentos de bajo costo en su mesa?; ¿ dónde los estudiantes mexicanos destacados en las universidades de aquél país?, ¿dónde los científicos, los empresarios exitosos, los pintores,  escritores, doctores, etc. etc. Sus contribuciones deben también destacarse, igual que los logros de muchos mexicanos “de acá de este lado”.

 

En segundo lugar, esta estrategia es incompleta porque la imagen de México no puede maquillarse. Para cambiar las percepciones negativas sobre nuestro país se requiere cambiar las realidades que nos aquejan. Esto es, “limpiar la casa”. Debe haber voluntad política  para superar los cuestionamientos que nos hacen – y que nos hacemos, como sociedad – . Acciones en este sentido deben ser parte de la estrategia de comunicación, y no de manera coyuntural, como es el caso, sino de manera constante, porque cambiar las percepciones sobre nuestro país es un proceso largo que va más allá de las campañas electorales, en las que –sabemos- reiteradamente México y los mexicanos en ambos lados de la frontera resultamos la “causa” de muchos de los males y de los problemas de Estados Unidos.

Ahora bien, la mala imagen de México nos afecta a nosotros, los mexicanos que no hemos emigrado, pero también afecta de manera grave a los que ya se fueron, o a los descendientes de los que ya estaban allá, en 1848. No importa si se trata de Juan Pérez, un inmigrante indocumentado que recién cruzó la frontera, o de Raúl Yzaguirre, uno de los líderes más respetados de la comunidad latina en Estados Unidos, mexicano-estadounidense de octava generación; o de Eva Longoria, mexicano-americana de novena generación, quien orgullosamente hizo gala de su mexicanidad en la Conferencia Nacional Demócrata.

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Por ello, la defensa de la imagen de México podría ser una batalla común. Pero,  como condición para una alianza, y con toda razón, ellos, “los de allá”, nos exigen a “los de acá” que hagamos la tarea que nos corresponde. Así lo han expresado líderes importantes de esa comunidad en muchos encuentros, – o desencuentros -,  como el convocado en 2013 por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y la Secretaría de Relaciones Exteriores, bajo el título de Dialogo Mexicano- Mexicano-Americano.

 

Cierto que existe un interés compartido en mejorar la imagen de México en Estados Unidos, pero la estrategia emprendida por la cancillería deberá incluir  acciones dirigidas a que esta comunidad conozca México, en toda su riqueza cultural, con toda su diversidad, con toda su complejidad, con toda su inequidad, pero también con todos sus avances y su potencial. Nos toca también la tarea de hacerlos a ellos visibles y respetados, en Estados Unidos y en México. Sólo así lograremos que la comunidad mexicano-estadounidense vea ésta, la defensa de la imagen de México, como una batalla común.

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