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Siempre intento resistirme a la grandísima tentación de ir en busca de libros. Menos mal que mi presupuesto es limitado, porque si no me haría con un considerable cargamento que no me cabría ni en todo el edificio en el que vivo. Para mi, entrar en una librería es como para un vampiro, colarse en un banco de sangre. Puedo pensar en resistir estoicamente la tentación de adquirir un nuevo libre, autoengañarme, diciéndome a mí mismo, que solo he entrado allí para darme una vuelta, para echar una ojeada, pero la realidad es otra.

Esta vez, no soy el único culpable, he de decir en mi defensa. Diversas circunstancias han urdido una estrategia para que yo acabe dirigiendo mis pasos hacia una librería. Bueno, han sido dos las que he visitado, lo confieso.

El sistema de reservas de la biblioteca pública, que yo nunca utilizo, y que me parece una gran chorrada, dicho sea de paso, pues le quita el placer y la emoción a todo el asunto, ha conspirado para intentar evitar que me lea Rayuela, y es algo de lo que realmente tengo ganas, leerme esa obra. Así que no tenía otra cosa, que coger y tirar hacia una librería, de las pocas que quedan en la ciudad, desgraciadamente. El primer intento, en la primera librería, fue infructuoso, porque sólo quedaba un ejemplar, que no había visto tras un rato husmeando, y se lo llevaron ante mis narices, aunque no me importó demasiado, y soy más de ediciones de bolsillo, que de voluminosos tomos de lujo. Mi intención era leerlo, no que haga bonito en la estantería. Estuve también a punto de caer en la tentación de coger Sauce ciego, mujer dormida, de Murakami, pues no sabía que lo habían editado en formato bolsillo. Pero podía esperar, ya me lo había leído, y el deseo de leer la obra de Cortázar ardía más que otra cosa.

papel-1Y lo encontré, en una pequeña librería ante la que habitualmente paso, pero pocas veces entro, pues su surtido mayoritario es material escolar. Pero allí estaba el deseado ejemplar de lo que yo quería, lanzándome destellos insinuantes con su portada, que reflejaba los rayos de sol. Allí no había excusa de ediciones demasiado lujosas ni falta de stock. Era la tentación al desnudo, algo que para poder resistirlo habría que ser un hombre de hierro, con un infernal entrenamiento.

El resultado, es el que os imagináis, sí. Soy un ser sin voluntad. Un nuevo libro me ha adquirido. Sólo podré evitar esto, si imprimo y hago distribuir por las librerías carteles con mi cara, y un letrero que diga: Prohibida la entrada a este tipo.

 

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