Tomás era detectado por el olor a humo de tabaco que le precedía. Tenía cuarenta y cinco años, y al menos treinta de ellos los había vivido como fumador empedernido, aunque las malas lenguas decían que su madre lo había parido con un pito encendido en la boca.

Fumador

Fumador

La gente que fuma, al llegar a cierto punto, se planteaba opciones como la de reducir drásticamente, o incluso dejar el humeante hábito. Tomás no, nunca, si acaso parecía haber intensificado su casi único vicio, descontando un buen gintonic de vez en cuando. Tomás fumaba con mayúsculas, tabaco negro, rubio, de liar, puros, incluso de pipa , le daba igual en que tipo de forma le viniera el tabaco si podía encenderlo y ponérselo entre los labios.

La legislación antitabaco, que hizo decidirse a muchos para que interrumpieran definitivamente su malsano vicio, sólo trasladó la costumbre de Tomás de dentro de los bares y centros de trabajo a la calle y a su propia casa, la chimenea, como la conocían sus amigos cariñosamente, amigos que trataban de que apagase su último cigarro cuanto antes, pero no había manera de convencer a Tomás, un fiel cliente de los estancos desde siempre, poco dispuesto a ciertos cambios. Impermeable a las advertencias de su médico de cabecera y de las propias cajetillas que siempre portaba.

Fumador

Fumador

Tomás consideraba a los ex fumadores como unos desertores que pretendían vivir eternamente y no daba su brazo a torcer. Si la tos fuese una disciplina musical, él sería un trovador experto. Todas las mañanas ofrecía un concierto a capella de composición propia hasta que desayunaba un café sólo y cómo no, un cigarrillo, un desayuno de campeones.

Un domingo por la mañana se despertó con una extraña sensación. Le dolía la cabeza. También se le removía el estómago y se levantó al baño. Notaba la boca extremadamente seca e intentó escupir, pero en lugar de saliva expulsó hebras de tabaco por la boca. Asustado por lo que veía, y pensando que deliraba, se le acentuó el dolor de cabeza y el estómago le dio un triple salto mortal sin red, haciendo que vomitara… Nicotina pura. Al acabar, tiró de la cisterna y se mojó la cara, empezaba a sudar, sentía mucho calor, debía tener algo de fiebre. Volvió a meterse en la cama a ver si se le pasaba un poco, sintiendo mucho calor, hasta que se durmió.

El miércoles por la tarde la policía lo encontró en su cama con las sábanas abiertas. Tomás estaba como un cigarrillo que se tira al suelo y se consume, aun con su forma y rasgos reconocibles, pero que si se tocaba se convertiría en polvo de ceniza. No hubo explicación lógica sobre aquello. Había muerto fumado por el tabaco.

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