Alejandro puso un anuncio en la web

Alejandro puso un anuncio en la web

¿Qué iba a hacer, que otra cosa podría hacer que no fuera lo que ya estaba haciendo? Alejandro ya llevaba tres años en el paro, con 38 años ya encima, y con el subsidio por desempleo más que agotado. Se acababa el dinero y ya lo había intentado todo por los caminos habituales. No se le podía culpar por la ocurrencia que tenía entre manos.

Había trabajado en todo lo que se le había puesto por delante, pero en estos tiempos los contratos eran flor de un día. No tuvo otro camino que poner un anuncio ofreciendo un servicio, y tuvo que ser de algo que sobresaliera de entre los miles de anuncios que personas en su misma situación ponían a diario. El anuncio resultante de Alejandro decía lo siguiente:

Inseminador a domicilio
Eficiente, asequible, higiénico.
Garantizado
alejandrogarces@gotmail.com

Tras poner el anuncio en una web de ofertas y demandas de empleo, se arrepintió, pensando en que iba a ser objeto de escarnio público. Cuatro días después, ya daba el asunto por olvidado, tanto por su parte como por la de los demás, por lo que iba a pasar a otras cosas. Al abrir su correo, se dio cuenta de que su anuncio no había pasado tan desapercibido. Tenía dos correos, uno de ellos, como no, de un gracioso que se mofaba de su anuncio, no tardó en terminar en la papelera. El otro era más serio. Era de una mujer, Tamara,  que solicitaba más información acerca de tan singular servicio. Movido por la curiosidad, empezó a escribir una respuesta, contándole que era una persona sana, que no tenía otra ocupación ni medio de vida en la actualidad y que podría cubrir sus mutuas necesidades, sin aspavientos, a un precio razonable, y con un trato humano. El texto lo acompañó de su curriculum con fotografía que adjuntó al correo, para mayor tranquilidad de la posible clienta al saber quien era.

Dos días después, recibió respuesta de Tamara. En el correo incluía una foto, era una mujer guapa de pelo negro y con un brillo en los ojos cuyo color no acertaba a distinguir, le daba su dirección, a diez minutos a pie desde casa de Alejandro. Le escribía contándole que tenía 41 años, soltera y sin pareja, con un buen trabajo, y con el deseo de tener un hijo, pero no necesariamente un marido o novio. Ella, decía, podría estar a cada paso de las etapas de su hijo, cuidando de el. Tamara le proponía verse en la cafetería Las Delicias para mantener un encuentro personal y hablar. Quería asegurarse de que Alejandro hablaba en serio. Tamara no podía ni quería gastarse miles de euros en una clínica de fertilidad para ser inseminada, pero si 300. Alejandro tardó casi medio día en decidirse, pero al final se puso al teclado para responder que si, que al día siguiente allí estaría.

Tamara y Alejandro intercambian sus números

Tamara y Alejandro intercambian sus números

Se acercaba la hora del encuentro, y allí estaba Tamara, no aparentaba en absoluto la edad. Se saludaron y Alejandro pidió permiso para sentarse. Delante de los cafés que el camarero le había puesto empezaron a hablar. Al principio regresaron viejas timideces que no tardaron en disiparse contándole Alejandro el resumen de su vida que no figuraba en el currículum que le había enviado. Una hora después se levantaron, y Tamara le propuso intercambiar los números de teléfono para estar localizables los dos, para cualquier cosa relacionada con el servicio que Alejandro ofrecía. Tamara le dijo que Alejandro le daba confianza, parecía buena persona, y que en dos semanas, cuando se cogiera varios días libres acumulados, le llamaría para hacer uso de su servicio que pactarían entre los dos previamente. Se despidieron como dos amigos que llevan tiempo sin verse, y Alejandro echó a andar hacia su casa, pensando en si era prudente lo que estaba haciendo, aunque Tamara parecía no tener excesivo problema por su parte. En un par de semanas más o menos lo sabría, y de todas formas no le quedaba otra, ya no.

 

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