Sucede que tu ibas a lo tuyo, a tu rollo, sin meterte absolutamente para nada en las cosas de los demás, ocupándote exclusivamente de tus propios asuntos, sin involucrarte en lo demás, y ahí vas, tirando y pasando el tiempo, tranquila y rutinariamente, sin importarte excesivamente las demás cosas.

Pero sucede también, y siempre ni señales de alarma, ni previo aviso, que uno de esos días, tan parecido a los demás, te encuentras y conoces a alguien, alguien que es un poquito como tú mismo, lo que te llama la atención, por lo que, a diferencia de con otras personas, procuras mantener y cultivar el contacto con esa persona, la conoces un poco más, quizá al principio por curiosidad, o por… ¿quién rayos sabe realmente por qué? La cuestión es que comienza a ejercer cierta atracción sobre ti.

Sucede que...

Sucede que…

Y tras un periodo de tiempo así, en un segundo, sin haberlo previsto ni intuido, surge, experimentas algo que no acertarías a describir con palabras. Una explosión dentro de ti, y tú, como en una permanente primavera, con tu removido interior, a flor de piel, y a plena vista, el cuerpo colmado de un millón de nuevas sensaciones al mismo tiempo, y tu mente, viajando en diez mil direcciones a la vez, a la velocidad de la luz. No era algo que tuvieras planeado, ni mucho menos, pero, de todos modos, te zambulles en ello por completo.

Notas como los impulsos largo tiempo reprimidos, y quizás algo olvidados, no habían desaparecido, tan solo estaban aletargados, siguen ahí, y han despertado en toda su plenitud, los abrazos que jamás diste, luchan por salir, los besos escondidos, pugnan por salir con toda intensidad. Besos incontrolados que amenazan con devorarte, con un ansia que amenaza con consumirte si no les das la libertad que ansían y se les permite salir al exterior, y todo ello, todas estas cosas se te disparan en un instante.

No andabas buscando nada, pero notas una conexión a todos los niveles, como si las almas se rozaran en una etérea danza, parece que uno sabe lo que piensa el otro y de repente se cae del cuerpo la armadura a trozos, descubres que tu inmunidad no era tal, no era eso, era sólo que con las otras personas casi no había ninguna, y te descubres sonriendo interiormente cada vez que te habla o le hablas. Eso es cuando descubres a tu otra parte, la que ni sabías que te faltaba, porque ya ni creías que existiera, pero existe, ahí está.

Es entonces, cuando adquieres verdadera comprensión de todo lo que te rodea, es en ese estado cuando eres consciente de todo tu entorno, con toda la belleza de los detalles. Comprendes también que has caído, ya no hay nada que puedas hacer por evitarlo, ni tan siquiera amortiguarlo, estás inmerso en ello, y no hay vuelta atrás, pero te encanta la sensación, sabes que el riesgo merece realmente la pena, así que te lanzas. Y mientras casi inadvertidamente, se va dibujando una sonrisa en tu rostro, comprendes el por qué se ha desencadenado todo, que ya no solamente importas tú, ahora libras tus batallas por alguien más. Sabes que es por ella (o por él), sabes que es especial.

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