La muchedumbre intenta cobijarse

en cualquier sombra en la plaza mayor,

los rayos del ardiente sol,

que está parado en la mitad del día le sofocan,

caminan entre millones de esperanzas

y montones de desesperanzas,

comentando en susurros los sucesos del día

y esperando que ocurra un milagro,

tal vez una fuerza divina extienda su mano

para ayudarles a mitigar sus frustraciones,

todas aquellas con las que arrastran desde hace muchos años,

 por un mañana que no llega y siempre es mañana,

por todas las razones que los hace soñar

con un futuro en otros confines del mundo,

que los aplasta en sus arenas,

que no los deja sembrar en su huerto,

que los hace añorar  cosechas ajenas, cosechas lejanas.

 

Una flecha cruza veloz,

para clavarse en el único árbol que habita en la plaza,

 es el corazón de la ciudad que palpita levemente,

calentado también por el sol que esta parado en la mitad del día.

 

El árbol de la plaza ese donde se clavó la flecha

será juzgado por testificar sobre montones de incendios,

millones de derrumbes, por ser testigo de la crueldad del Monarca,

por estar ahí cuando la ciudad se desploma sobre sus piernas

 y el polvo se esparce para que no  puedan respirar,

 porque es una fórmula eficiente para economizar oxígeno,

 mientras la flecha clavada en su costado

va pariendo hermosas manzanas verdes,

para demostrar que hasta un metal es fértil

en esa tierra de diferentes matices.

 

Jorge Díaz 

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