En aquella tan reluciente y muy deliciosa mañana, de tan atmosférica  y muy renacida primavera, ya iba soplando por el azulenco cielo, tan deliciosa brisa, que creaba verdeantes olas-la armonía del verde- por los infinitos y despejados trigales, que se veían contrapuestos por la floración de rojizos campos de amapolas- la armonía del rojo- justo cuando ésta atractiva estación, ya iba de forma tan palpitante, regalándole a raudales, rejuvenecedores suspiros de una abrumadora belleza, recreando todos sus seis sentidos, en pos de aleatorias vibraciones de naturaleza someramente arcádica y ensoñadora. Eran realmente  plenos retazos de vida viviente, que iban ocupando de forma serpenteante muchos espacios paisajísticos, de manera tan efímera, en donde, multifacéticamente, vagaba por la ancha, despejada, esteparia, seca y tan rugosa Castilla y León, atiborrada de tantísimos lugares cargados de tanta historia, y que conformaba un vasto territorio, pues cabían en él  exuberantes bosques, verdeantes valles, caudalosos y serpenteantes ríos, llanuras infinitas y agrestes montañas. En un ápice, en perpetua creación de una vida justa, combinando percepción y apercepción, lo sensible y lo cognitivo, lo intelectual y lo emocional, anunciando una totalidad que estaba ausente, en un mundo marcado y fragmentado por la modernización y una confianza exclusiva en la razón,  escuchaba él a la tan oscura y tan aterciopelada voz de subyugante sensualidad de Sor Marie Keirouz, que iba dibujando unas deliciosas y melifluas melodías, a través de una voz tan volátil, creando melismáticas volutas, que hechizaban desde el primer momento de tan serena escucha. Todo esto ocurría, cuando paulatinamente empezaba a despertarse en la consciencia de nuestro infatigable viajero, que siempre tenía tiempo de tener tiempo, a fin de colmatar un soñado viaje a la tan apetecible y muy verdeante Cantabria- la provincia de los Nueve Valles- que actuaba como diáfana ventana montañosa abierta al infinito y al azulenco mar Cantábrico. Los luminiscentes rayos del Sol,  iban avanzando literalmente haciendo un rutilante y caleidoscópico barrido, impregnado de tan  luminosa luz, toda la penillanura, atizada por una extensa horizontalidad radical, que con solo el mero hecho de tanto mirarla, llegaba a cansar la propia mirada, en donde se quebraba solamente con la tímida presencia de tan solitarias y frondosas encinas o sabinas, considerados como los heroicos supervivientes de aquellos legendarios y tan feraces bosques arcádicos, que cubrieron-según Estrabón– las zonas interiores de Iberia, en donde una trepadora ardilla podía atravesarlos desde el “Summu Portu” pirenaico, hasta llegar por fin a las míticas “Columnas de Hércules”, saltando consecutivamente de rama en rama. Continuaba él en perpetuo movimiento, siempre envuelto en una dulce atmosfera sonora, propiciada por la música sacra de Sor Marie Keirouz, en donde se iba irrumpiendo de forma tan sofisticada e imprevisible, ciertos cantos antiguos de Occidente, como el canto gregoriano y ambrosiano, cuya proyección simultanea de la melodía y sus armónicos tenía tanto de arte, como de sortilegio. Todo esto ocurría, justo en el momento, en que las primeras luces del nuevo día, iban haciendo un luminiscente barrido por tan delicioso espacio natural del desfiladero de la Yecla, telúricamente  conformado por un angosto cañón, que fue tallado por el cauce del río Mataviejas, pero ¿Qué ruido provenía del éter? Era de facto el zumbido de un  avanzado dron, que tenía una cámara fotográfica de alta resolución incorporada, que fotografiaba la timidez de los erectos arboles, pues debido a la fotosíntesis casi nunca se tocaban, rebosado por  uno de los mayores bosques de sabinas de toda la provincia de Burgos, en cuyos elevados roquedos, anidaban, subrepticiamente, numerosas rapaces, especialmente buitres leonados, alimoches, águilas reales, habiendo allá también, demasiados jabalís, corzos y lobos, que siempre iban merodeando por tan tupida floresta, justo cuando ya venía nuestro infatigable viajero, volcado en sus incesantes andanzas, haciendo camino por la ruta de Fernán González, quien había sido un importante personaje, con el título de Conde de Castilla, orientando su política de forma tan eficaz, pues pudo liberar tanto territorio castellano, del dominio de los reyes leoneses.

¿Dónde se encontraba él ahora? De forma tan subrepticia oteaba- memoria del mundo-  el monasterio de Santo Domingo de Silos, en donde hacía más de mil años, un monje copista, se entretuvo reproduciendo un libro de oraciones en lengua romance, en los márgenes de un códice en latín, cuando a finales del siglo XI, en un momento dado se le ocurrió añadir al margen de ciertas oraciones, escritas en canónico latín, unas breves notas en lengua vulgar, esclareciendo el sentido filológico de dichos pasajes o de todos aquellos que mayor dificultad entrañaron, naciendo de esta manera el idioma español,  y no porque en ese momento el buen monje copista lo hubiera inventado, sino por tratarse de la primera manifestación escrita del idioma español. Así las Glosas Silenses, junto a sus homologas Glosas Emilianenses, creadas en tan recóndito monasterio de Yuso, habían sido unas pequeñas anotaciones manuscritas en un códice en latín, realizadas a finales del siglo X o a principios del siglo XI, siendo los primeros testimonios escritos en el idioma español, cuya frase más larga de todo el códice se encontraba plasmado en la página 72, tratándose  de doce renglones, en los que se lee lo siguiente:

 

Navarro- Aragonés:                                               idioma español:

 

Con la ayuda de nuestro

Señor Cristo. Señor

Salvador, Señor

Que está en el honor y

Señor que tiene el

Mandato con el

Padre con el Espíritu Santo

en los siglos de los siglos

Háganos Dios omnipotente

Hacer tal servicio que

delante de su faz

gozosos seamos. Amén

Con o aiutorio de nuestro

dueno Christo, dueno

Salbatore, qual dueno

get ena honore et qual

duenno tienet ela

mandatione con o

Patre con o Spiritu  Sancto

en os sieculos de lo sieculos

facanos Deus omnipotes

tal serbitio fere ke

denante ela sua face

gaudioso segamos Amen

 

 

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