Según el historiador Plinio como el geógrafo griego Estrabón, narraban que los antiguos cántabros utilizaban el veneno extraído del tejo, en donde- todas sus partes eran tóxicas, excepto el fruto- para suicidarse en lugar de rendirse al enemigo.  En un santiamén, ya llegaba él al monasterio de Santo Toribio de Liébana, anidado entre el imponente macizo montañoso de los Picos de Europa,- según la leyenda, Santo Toribio, obispo de Palencia, decidió la ubicación del monasterio, arrojando su bastón y diciendo: ¡Dónde caiga mi cayado, allí será mi morada¡     ¿Entraría él por la puerta del Perdón? Claro que sí, pues se celebraba el año jubilar, viviendo esta celebración desde una cierta profundidad espiritual y cultural, pues este antiguo monasterio, era regido por una comunidad de frailes franciscanos, recordando de esta manera la tradición que señalaba a San Francisco, como honorifico visitante de Santo Toribio, cuando llevaba a cabo su peregrinación hacia Santiago de Compostela. Era también considerado como el cuarto “Lugar Santo Jubilar de la Cristiandad”, desde la Edad Media, “in perpetuum”, junto con Roma, Jerusalén, y Santiago de Compostela, a través de una bula concedida por el papa Julio II. El monasterio de Santo Toribio, tenía como sobrecogedor e inexpugnable escenario telúrico, una impresionante masa de calizas carboníferas, levantadas por la orogenia alpina, hasta alturas superiores a los 2.500 metros, cuya comarca de la Liébana, se traducía en una fosa de origen tectónico, encajonada entre los Picos de Europa y la Cordillera Cantábrica, cuya máxima cumbre de Peña Labra, se convergía en el etéreo pico Tres Mares, en donde sus escarpadas laderas constituyen la divisoria de aguas entre las tres vertientes hidrológicas peninsulares, la cantábrica, la atlántica y la mediterránea. El monasterio de Santo Toribio, estaba considerado como el más antiguo monasterio en actividad de toda la Península Ibérica, pues a partir del siglo VI se puede hablar de la introducción del cristianismo en tierras cántabras, siendo el sagrado lugar donde se guardaba el “Lignum Crucis”, traído desde Jerusalén por Santo Toribio, obispo de Astorga, que misteriosamente se trasmutaba en la reliquia más grande conservada de la cruz de Cristo, cuyos pelegrinos del Camino Lebaniego, recibían el nombre de “crucenos”. Fue también el lugar donde el Beato de Liébana, escribió sus tan famosos “Comentarios al Apocalipsis”, que recoge una serie de reflexiones sobre el texto de San Juan que cierra las Sagradas Escrituras cristianas, habiendo sido  fuente de inspiración para muchos monjes que siguieron sus pasos realizando dibujos miniaturizados llenos de color y de gran intensidad expresiva, para elaborar libros y códices que llegaron a traspasar las fronteras y a ser muy apreciados en las mejores bibliotecas y en la mayoría de las cortes de Occidente. Este famoso Beato, se dedico a polemizar, con éxito, contra la doctrina adopcionista que promulgaba el arzobispo de Toledo  y todos cuantos  rodeaban la corte de Carlomagno, siendo también un milenarista que esperaba el fin del mundo para el año 800. E iban discurriendo tan indescifrables horas, y él con la mirada oteando  dilatados horizontes, en la incognoscible curvatura del espacio-tiempo, encontrándose ahora mismo en Julióbriga, antigua capital romana de Cantabria, ubicada más concretamente en Retortillo, el lugar donde se ubicaba una Domus romana, en donde habían unas vistas extraordinarias hacía el enorme embalse del río Ebro, que representaba la mayor concentración de agua dulce de toda la península Ibérica. Estaba ella trasmutada en una fidedigna reconstrucción de las romanizadas civitas, donde la romanización de las tierras cántabras,  había sido tan tardía y demasiado limitada, siendo excavada en la misma ciudad y que perteneció a una familia de clase media-alta, en donde se evidenciaba paulatinamente las principales estancias de una casa romana, mediante buenas reproducciones del atrio, el altar domestico, la cocina, el triclinium, el dormitorio y una tienda,  abarcando los principales aspectos de la vida cotidiana de los romanos, complementado magistralmente por el Arqueosito Cántabro-Romano de Camesa-Rebolledo,  enaltecido  por  restos de una villa romana del siglo I al III después de Cristo, sintiéndose él, de esta vez, un arqueólogo, pues iba reconociendo de forma tan significativa toda la distribución de esta villa romana, por ejemplo sus tan terapéuticas termas y sus tan hermosas pinturas murales, resaltadas con los cánones de un tipo de urbanismo helenístico pompeyano, en donde había también una necrópolis visigoda  (siglos VI y VII) asentada sobre la villa, en donde se veían las tumbas de laja y los sarcófagos  dispuestos en torno a los cimientos de una ermita que allí se conservaba. Posteriormente, ya sentía emocionalmente e iba capturando un mundo ditirámbico, `porque había un gran humedal artificial de enorme riqueza ornitológica, en donde se daba la mayor concentración de cigüeñas blancas,  en el norte de la Península Ibérica, representando de facto una arcadia feliz, en donde habían también muchos ánades frisos, patos cuchara, fochas común, zampullines chicos y ánades reales. Y sin salir de este municipio, ya deambulaba de forma tan efímera por Fontes Iberis, en donde se albergaba las fuentes del caudaloso río Ebro, llegando por fin a Cervatos, en donde, en un ápice, ya encuadraba fotográficamente la románica Colegiata de San Pedro, considerada una de las más importantes de toda Cantabria ¿Qué sabía él acerca de esta maravillosa colegiata, edificada en varias etapas?  Sabía él que las primeras influencias románicas, llegaron a Cantabria a finales del siglo XI, desde Castilla, desarrollándose preferentemente en las iglesias rurales y los monasterios

 

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