Y muy pronto llegó el alba. Ya empezaba a agitarse un cálido y largo día del mes de agosto. Y bullía, poquito a poco, el fragor de una bulliciosa jornada, mientras los matutinos rayos del sol, iban con luminiscente fogonazo de luz-color-silencio, transcurriéndose por el suntuoso marco orográfico, que conformaba la luminosa isla de Formentera.

Y estaba ella tan rebosante de unos increíbles lugares, plagados de una belleza indescriptible, casi, casi pictórica. Y conspirando y respirando… bajo tan latente revolución molecular, donde todo el conocimiento interdisciplinario, avanzaba a golpe de concentración y dispersión, incognosciblemente, y en incesante cadencia, todas las fuerzas que sostenían anímicamente a la vida, hacían mover otra vez el crucial ciclo del agua. Porque debido al intenso calor, el tan precioso líquido volvía a evaporarse, ascendiendo, nuevamente, hacia la etérea y protectora atmósfera terrestre.

Formentera, bajo la atenta mirada de una blanquecina creatura del aire…

Y la tan resplandeciente luz de aquella maravillosa y sensorial mañana estival, continuaba haciendo su luminoso recorrido en zigzag. Dando aliento al mayestático vuelo de tan blanquecina  gaviota argéntea, que como curiosa y recóndita ave exploradora, iba paseando libremente por tan impolutos cielos de Formentera, efectuando asombrosas acrobacias aéreas, permaneciendo tantas veces suspendida en el azulencoaire formentor”, descendiendo abruptamente en picado hacia el cristalino mar Mediterráneo, para aterrizar finalmente en la espumosa y colorida estela creada por las proas de algunos barcos de recreo, remontando rápidamente siempre por encima de tan dichosa isla de Formentera, Y el tiempo parecía infinito.  Y existía también una cierta distancia, a la vez trágica y maravillosa, entre la conciencia y la propia realidad. Y tras tan sobresaliente paseo, ya se encontraba ella acurrucada en el punto más elevado de la isla de Formentera– el Far de Sa Mola– en cuyas cercanías se levantaba un monumento dedicado a Julio Verne (1828-1905), quien había ambientado en Formentera, su novela “Viajes y exploraciones de Héctor Servadac, a través del mundo solar” (1877).

Julio Verne ambientó en Formentera su novela “Viajes y exploraciones de Héctor Servadac, a través del mundo solar” (1877).

Y la tan preciosa isla de Formentera, siempre se exaltaba en un cromático blanco cegador, rezumando la preciosidad cautivadora de sus tan excelsas aguas cristalinas de color turquesa, de sus tan finas arenas blancas, siempre envuelta por un prístino paisaje reseco, donde se podía desfrutar, ante todo, de una apacible quietud. Y continuaba ella paseando, totalmente hipnotizada por un ritmo de vida tan lento,  saboreando  plácidamente los apetecibles y etéreos “aires”, de la hermosa isla de Formentera.

Todo esto ocurría justo en el momento en que ya volaba directamente hacia- Cap de Barbaria-, ubicado al sur de la isla, ataviado de tan sólida torre defensiva y de un altivo faro, viva alegoría de luz-silencio-protección. Poco tiempo después, ya se maravillaba ella ante la sorprendente belleza, dimanada por la península de- Els Trucadors-, connotada con un largo banco de arena en forma de punta de lápiz, donde la bella- Platja Illetes- ocupaba un lado de esta edénica porción de tierra, mientras que en la costa oriental, a solo unos pasos, se hallaba la igualmente encantadora- Platja Llevante-. Y era una experiencia ineludible. Y era la visión del paraíso. Por fin, tras haber vivido ella una experiencia inolvidable, como paseante creatura del aire, ya se encontraba en la expectativa, por descubrir nuevas y originales veredas de enriquecedora experiencia sensorial, a través de los tan soñados territorios insulares del mar Mediterráneo.

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