Ocurría un fantástico día, atiborrado de sensaciones extraordinarias, ocurriendo un verdadero clímax, cuando desde el vertiginoso balcón superior de la altiva Torre Gálata, coronada por un estilizado techo en forma de cono, había alguien que subrepticiamente con tan aguda mirada subjetiva, girando en un ángulo de 360º, a fin de poder contemplar con tanta fruición estética,  todos los principales puntos  monumentales y paisajísticos de la antigua ciudad de Constantinopla, que a principios de la Edad Media, había sido un oasis de sabiduría y cultura, destacándose también en las leyes- El Codex Justianus- y en las tan refinadas artes.

La tan deslumbrante ciudad de Constantinopla, fue durante más mil años, la ciudad más rica de toda la cristiandad, mientras que en el resto de Europa se vivía una época gris, donde imperaba, sobre todo, una demasiada ignorancia. E iba él mirando con vivo interés, durante el  cromático atardecer de unos tonos rojizos, todos los estilizados alminares de aguja, y también de forma lúdica capturaba el refinamiento de todas las cúpulas y semicúpulas, que perfilaban sus requintadas siluetas, sobre el Bósforo, el mar de Mármara y el Cuerno de Oro.

En la tan sutil atmósfera, ocurría ya la meliflua recepción de sublimes juegos de luces de tonos suavemente cálidos, que iba mezclando los refinados matices cromáticos en suaves irisaciones centelleantes, que producían ciertos efectos de claroscuro de una indescriptible belleza.

Una magnífica descripción de la ciudad

Erase una vez la implícita y subjetiva observación de la tórrida dinámica solar, desentrañando, otra vez, los secretos entresijos que todavía atesoraba nuestro luminiscente astro-rey Sol, en la intrínseca luminosidad de su rutilante corona solar, enalteciendo, a raudales, en aquel tan precioso momento, a unas cautivadoras imágenes de infinita belleza de la antigua ciudad de Constantinopla, atiborrada de sui generis atmósfera de  vivos contrastes, que hacía soñar lánguidamente nuestro errático viajero, moviéndose sin brújula.

Se transmutaba la expresiva luz pura, en tan deliciosas imágenes,  mostrándose en una de las más misteriosas tramas originales, asiente en la longitud de onda 171 Angstrom, rociando de opulencia e impactante magia, a la histórica, fotogénica y colosal ciudad de Constantinopla, que siempre besaba insistentemente el exótico  Oriente,  convirtiéndose así en floreciente y simbólico puente, entre Europa y Asia.

Era ella una exquisita ciudad de impresionantes cúpulas, tanto si se miraba desde el propio mar, desde lo alto de cualquier torre o desde un puente, donde se enmarcaba tan cautivadoramente el tan hermoso paisaje urbano de Constantinopla, la cúpula más antigua de todas las que perviven y que fue el modelo inspirador de todas las que se hicieron a continuación, reflejadas siempre en la deslumbrante cúpula nervada con pechinas de Santa Sofía, una obra de arte llevada a cabo en el siglo VI d.C. que reposaba sobre cuatro arcos sostenidos, a su vez, apoyados en cuatro sólidos pilares.

Y había en Constantinopla, demasiadas cúpulas de las más variadas dimensiones, unas que eran aligeradas por luminosas vidrieras y también de pequeñas cúpulas de las hermosas iglesias bizantinas cuyas paredes lucían vítreos y dorados mosaicos de notable belleza.

La gloriosa ciudad de Constantinopla, tuvo en su cenit cerca de 400.000 habitantes, representando en el imaginario colectivo occidental, la atractiva imagen de una ciudad exótica, que durante el siglo VI, la primera edad de oro, había quedado marcada por las extraordinarias personalidades de la emperatriz Teodora y el emperador Justiniano [527-565], quien convirtió Constantinopla en una ciudad tan prospera y que estuvo casi a punto de reconquistar a los barbaros todo el territorio perteneciente al Imperio Romano Occidental.

“Ocurría un fantástico día, atiborrado de sensaciones extraordinarias, ocurriendo un verdadero clímax…”

Sin embargo, allá fuera, en los exuberantes y verdeantes jardines y en las hermosas y sedientas fuentes, el viento cargaba de polvo los frondosos árboles de los apaciguadores y lúdicos jardines, adornados de multicolores tulipanes, jacintos , narcisos y pensamientos, creados alrededor de Santa Sofía.

Y fabulaba la historia de la magnífica ciudad de Constantinopla, que ella había nacido hacia el 667 a. C. cuando según la leyenda, Bizas el Megarés, guiando a un grupo de colonos procedente de las superpobladas ciudades griegas de Megara y Atenas, se ubicaron sobre la misma zona en la que anteriormente se había establecido una ocupación micénica, obedeciendo al oráculo de Delfos, que le había mandado instalarse en el promontorio “ frente a la tierra de los ciegos”, no tardando en comprender la enorme importancia estratégica de su puerto natural, el Cuerno de Oro, que había sido descuidado por los habitantes ciegos de Calcedonia, fundando así en este lugar la ciudad de Byzantium, hasta convertirse en una de las 40 polis más poderosas de la antigua Grecia.

Sin embargo, de forma oblicua,  ya estaban expuestos en tantas tiendas cerca de Santa Sofía, que para tentar a los clientes, ya iban volando por el aire, diestramente,  tantas coloridas alfombras anudadas y de tapicería e infinitos kilims, cuyo motivo utilizado, el árbol de la vida, simbolizaba la inmortalidad.

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