En la atribulada historia de Santa Sofía, en el año 404, bajo el mando del emperador Arcadio, la iglesia fue parcialmente destruida por un terrible incendio y, una vez reconstruida por el emperador Teodosio II, en al año 404, volviendo a arder de nuevo en el año 532, quinto año del reinado de Justiniano, cuando tras la insurrección estallada en el Hipódromo al grito de ¡Nika! el pueblo prendió fuego al palacio del Senado, provocando un pavoroso incendio de ingentes proporciones que destruyó casi por completo toda la ciudad de Constantinopla.

Durante el mandato del emperador Justiniano, la basílica fue reedificada con el firme propósito de transformarse en “la más suntuosa desde los tiempos de la Creación” pues producía un sentimiento de grandiosidad celestial, que según el cronista oficial, Procópio de Cesárea, el emperador Justiniano al ver Santa Sofía terminada exclamó; ¡Salomón, te he vencido¡.  En un ápice,  con tan vivo  entusiasmo, se adentraba él a su interior a través del gran nártex de Santa Sofía, contemplando embelesado uno de los más famosos mosaicos bizantinos, La Majestad de Cristo, sentado sobre un trono de piedras preciosas, con la mano derecha en actitud de bendición,  y en su mano izquierda, sostenía un libro sagrado, con la siguiente inscripción en griego “La paz sea con Vosotros. Yo soy la luz del mundo”,  con la representación iconográfica de un emperador bizantino, arrodillado fervorosamente, junto a él (886-912), entronizado con un emperador arrodillado León VI haciendo una reverencia, fechado entre el 886 y el año 912.

Estaba él fascinado por el esplendor y por la vívida majestuosidad de tan refinados mosaicos dorados y sus icónicas imágenes, que parecían haber sido creadas para toda la eternidad, evolucionando desde el arte paleocristiano, fijando su carácter desde el siglo VI, y continuando con varios renacimientos hasta el fin del Imperio Bizantino, registrado en el siglo XV.  Vivamente impresionado por la monumentalidad del recinto, pasaba él cerca del cuadrado de la coronación, el lugar donde se consagraba a los emperadores bizantinos, siendo enaltecido por un refinado diseño de mármoles nobles, señalando también el lugar donde estaba situado el trono imperial u omphalos ( el centro del mundo) .

Continuaba él a deambular, de forma sorpresiva, vivamente abrumado por su grandiosidad, donde se percataba que uno de los pilares de la nave lateral norte, llamado la “ el pilar de San Gregorio”, que según la leyenda, San Gregorio, el Taumaturgo, había aparecido en este lugar durante los primeros años de la existencia de Santa Sofía, trasmitiendo a la columna que segregaba su propio sudor y que tenía el poder de curar los ojos y proporcionar fertilidad a las mujeres estériles. 

Desde la galería superior en forma de herradura contemplaba el magnífico mosaico de la Virgen con Constantino y Justiniano, mostrando a la Virgen María, sentada en un trono con el Niño Jesús en brazos, donde el Emperador Constantino, situado a su derecha, le regalaba la ciudad de Constantinopla y el emperador Justiniano le ofrecía Santa Sofía, cuyo hermoso mosaico fue realizado en el siglo X, durante el reinado de Basilio II. E iba él por la galería sur,  donde se encontraba un panteón de mosaicos brillantes, en que mayestáticamente aparecía el centellante mosaico de la Déesis, siendo el más célebre de todos los mosaicos de la basílica de Santa Sofía y uno de los mosaicos más notables del mundo, considerado un mosaico de líneas muy refinadas, que representaba iconográficamente a Cristo rodeado por la Virgen María y San Juan Bautista,  siendo conocido en griego por el nombre de “Prodromos”, el Precursor,  si bien dos tercios de tan majestuoso mosaico habían desaparecido para siempre, pero lo que aún quedaba transmitía una enorme fuerza expresiva, arropado por una indescriptible belleza. La Virgen, en contra de lo que era habitual en este tipo de representación, se encontraba situada a la izquierda de Jesús, mientras que San Juan Bautista, estaba situado a la derecha, inclinado de forma tan humilde, suplicando a Cristo para que salvara toda la humanidad. Entonces Cristo, levantaba su mano derecha en ademán de bendición con su mirada teñida de tanta melancolía, siendo participe más de su naturaleza humana que de su esencia divina.

“Durante el mandato del emperador Justiniano, la basílica fue reedificada con el firme propósito de transformarse en “la más suntuosa desde los tiempos de la Creación”… “

Eran unas imágenes sagradas, iluminadas por innumerables candelabros luminiscentes, inauguradas por el patriarca Fotio, el día de Pascua del año 867, tras ser solventada la querella iconoclasta. El género iconográfico bizantino, como viva expresión artística, que se fue configurando a partir del siglo VI, y que de la arquitectura romana y paleocristiana oriental había absorbido ciertos elementos como los materiales de ladrillo y piedra, que servían para la incrustación de unos cautivadores y preciosos revestimientos exteriores-interiores, hecho de dorados mosaicos, con las arquerías de medio punto, las columnas clásicas como suporte y el empleo sistemático de la cubierta abovedada, la cúpula asiente sobre pechinas construidas mediante hiladas concéntricas de ladrillo, a modo de coronas de radio decreciente,  reforzadas exteriormente con mortero, El hierático arte bizantino, había sido concebido como si fuera una imagen simbólica del cosmos divino, fuertemente enraizada en el mundo helenístico como continuadora del arte paleocristiano oriental, y que estuvo dividida en tres etapas: el arte [proto]bizantino (527-726), que fueron los años en que apareció la querella iconoclasta, es decir, la lucha iconoclasta contra los veneradores de imágenes, apoyados por el papado romano que veían en ellas un símbolo y un elemento de mediación entre el mundo profano y el divino, siendo esta la época dorada del arte bizantino, que coincidió con la época del reinado del emperador Justiniano.

La querella iconoclasta, se había prolongado entre los años 726 a 843, enfrentando a los iconoclastas contra los iconódulos, cuyo conflicto fue tan violento, que se produjo una profunda crisis artística en todo el arte figurativo bizantino. La grandiosa Santa Sofía, fue dedicada alegóricamente a la sabiduría divina, símbolo del esplendor universal del imperio Bizantino, que había adoptado el águila bicéfala como escudo imperial, cuyas dos cabezas simbolizaban los sectores Occidental y Oriental del inmenso imperio Bizantino, que llegó hasta el Mediterráneo occidental, más concretamente hasta la Península Ibérica.

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