(…) El pensamiento estoico dice de aquello que depende de nosotros por hacer. Es decir, será importante aquello que sólo nos ocupa.  A partir de este principio, se ocupa, Gonçalo M. Tavares, de escribir, no de lo que suceda con la escritura, o de sus consecuencias. Aquello que deviene en escritura será lo único que dependa de él. Sólo escribe, le importa la escritura y de allí surge este umbral en el que la luz del pensamiento llega a encontrarse con la oscuridad: lo que pretende no es encender esa luz, sino permanecer entre la apertura y el cierre de su destello. Duda, pues, de cualquier forma fácil, en cambio, sobre el camino difícil hallará las figuras de las sombras. Allí en el medio de las sombras se encuentra, por ejemplo, una niña [Una niña está perdida en el siglo xx, (Seix Barral)] que se pierde en el medio de la ciudad la cual se somete a la complejidad de la sinrazón. Quiere decir que su cadencia, por su sonoridad, en sus novelas, textos narrativos o poemas pierden el compromiso con el género para sólo obedecer a esta «cadencia» de la escritura, al ritmo y al sentido, por una parte abstracto, pero también orgánico. De modo que el poema es la estructura dramática de aquel pensamiento que lo ocupa, antes de sí, acaso con la figura de esa escritura. Nada importa, el ritmo quizás, y sobre la lógica de la frase, surgirá aquello que compone, al cabo, el lector. Tavares es ritmo, estructura de la emoción. Es orgánico por lo que deberíamos sentir y estructura por la lógica (interna) de esa escritura. De allí que cuando le leemos, lo hacemos con la velocidad de su cuerpo, sobre la pasión de escribir siempre que dependa de Tavares.  El escritor se deja fluir. Por eso cuando leo Un viaje a la India me impulso por un diálogo interior el cual apunta, por lo expuesto, hacia lo que conocemos como «drama poético», cuya relación dialéctica se coloca por encima de la forma de la escritura, subrayando, paradójicamente, la narrativa, porque al final se ofrece como novela y me arriesgo a mediar la lectura hacia un sentido más lírico, volviéndonos al efecto de lo clásico: poema y prosa unido mediante el lector, en tanto que, como quiere Ítalo Calvino, buscar en ello lo que siempre está por descubrirse: un proceso abierto de interpretación tanto en la forma como en el sentido. En la figura de la escritura como en su argumento: el mensaje se transfiere en otras formas o queda atravesado por la representación del discurso: no sabremos con certeza si leemos el poema o su prosa. Descubrimos forma y sentido en el recorrido de la lectura, sobre su representación a modo de actualizar su impulso por la búsqueda de algo nuevo.

Sigo insistiendo en que Tavares busca antes lo auténtico. Pone en marcha ese impulso de la escritura también, la cual parte de una piedra bruta que se pule por el lugar racional del texto: el poema se racionaliza hasta alcanzar su «forma de prosa», ya que esta narrativa se transparenta por su lugar sonoro y poético. Es todavía su modo de decirnos que no quiere apegarse a estilo, forma y estructura. La diversidad lo acompaña como perfil de su propia mixtura entre el ensayo, la crónica y la narrativa. Lo singular en él está en esa dinámica de escribir en diferentes géneros. Como bien dice: no existen géneros, en su lugar, existe la «a», una «b», la «c»: el alfabeto y a partir de allí se escribe la frase y la composición de ese ritmo el cual deviene ahora en estilo. A mi modo de entenderlo se halla, él, con la forma que mejor le calza para lo que quiere escribir, aquella mixtura entre ensayo, crónica y narrativa, otras veces, poesía. Acaso no siempre estaremos ante una posibilidad. Son muchas, como lo son una. Todo en ello haciéndose escritura hasta el alcance de la lectura cuya mirada de lector se representa en su heterodoxia: un lector de la posmodernidad. El hecho de que Tavares escribe diferentes género muestra esa postura del alfabeto dentro de su escritura, en cuanto a aquél lugar orgánico que origina el furor poético que le caracteriza.

Puesto que el diálogo se encuentra en otro nivel del discurso, allí, estará funcionando para el lector en su cadencia, incluso con la velocidad de la escritura y cuando digo «velocidad» no necesariamente me estoy refiriendo a rapidez quiero, más bien, destacar la experiencia de su lectura y cómo se registra en esta novela la idea de su diálogo interior por medio de su cadencia, la cual apunta hacia lo que entendemos más como «drama poético», cuyo objeto expresivo se encuentra en el interior de esa relación dialéctica más que en la forma de la escritura. El diálogo se exhibe por la vía de la prosa y se genera en la recepción del lector, subrayado, paradójicamente, la narrativa porque después de todo se ofrece como novela antes que nada. Tavares lo ha dicho en otras ocasiones para decir que el asunto de los géneros es un asunto de la recepción. Y no de quien escribe. Con todo, he preferido acuñar aquí este término por sentirlo más cercano a la modalidad de su escritura. Y de alguna manera es mirar hacia los clásicos, en tanto que, cómo quiere Ítalo Calvino, buscar en ellos lo que siempre está por descubrirse en éstos. En esa dirección también tenemos un «Viaje a la India». En él descubrimos forma y sentido.  Tavares pone en marcha aquella idea de Enrique Vila-Matas de que, si se quiere buscar algo nuevo, busca en ti mismo, sé firme con la naturaleza. Digo esto ya que se asomará como eje estructural en gran parte de su obra.

Fragmento del libro Gonzalo M. Tavares: el secreto de su alfabeto

 

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