¿Más allá de aquel andén

 veías tú también una ciudad en llamas?

 

Jesús Ferrero

 

 

 

Lidia de cadaqués es el nombre que veo sobre la sinuosidad del mar y ante tus pies de barro. Sé que le acompañabas cuando morías de ti. Y ahora descansas de la memoria. Todo se agrume en la voz del pintor que supo recitar sobre la piel. Si ese sueño fuera surrealista entonces esa memoria es el polvo de Portlligat que te tiene para su gloria en el nudo de las paredes. Siempre escribo con minúscula tu sensualidad y me educa en la mística del pincel. No pude poseer tus sueños pero tu trazo penetra cualquier sentido de pureza. Así logro imaginar que tu vientre suda por los labios del incesto.

 

 

El cortejo de esta enfermedad medieval alcanza mi rostro en el fallido intento de la mirada. Tus movimientos quieren que seas un trozo intangible del deseo que se entrega al desgarro de mis ojos. Y eso no te produce el más mínimo dolor, pero nadie pone en duda de que tu enfermedad se prolonga como el placer. Poco antes debo tomar este libro, leerlo, y dejar que la ciudad muera detrás de ti, reposando del otro cuerpo.

 

Al ver que tantos años sostienen los arabescos a tu favor, vuelvo a recorrer, en un intento inútil de lo amoroso, los desechos de tu cintura fresca. Sin embargo quiero ser como eres, distraído y conforme con lo que te arrojen a la mano. En un instante, pienso que estoy del otro lado de la moneda, limpio y ordenado como la razón sobre aquel presagio de amor que se resiste. Y más adelante el rostro es de mujer.

 

Oír la caída de los yerbasales en el silencio de la ciudad.

Esta ciudad metida en la noche padece de su ritmo por tu apego sentimental hacia las formas. En su sitio te encuentras con el desprecio emocional de los cuerpos. Sabes que lo que acabo de decir es una ironía del placer. Descuida, han desavenido sobre su víctima el beso que ahora te penetra como si el gesto fuera un acto de Dios. Y lo es. Cada transeúnte se despide del vértigo, se despide de tu voluptuosa permanencia. Nadie les mira, arrastrados por la tarde, no tienen tiempo para más nada.

Tus manos se partieron dentro de tu voz. Sumisa y virgen por la oscuridad, tus calles encarnan el bestiario de la noche. En esta habitación la presencia del espejo me recuerda que tengo que regresar al otro lado del anticuario para saludar a mi gato —he recobrado el don de hablarle a los gatos—, pero tendré que lidiar con tu boca, lenta y cansina por mentir, y reposa en mis sábanas un pedazo de amor para otra amante en el silencio del sueño.

 

Encuentro en la inclinación de tu sangre la sustancia de tu ingravidez, con la fría voluntad de tocarme en contra de la noche. Y tu belleza cede ante la muerte por letargo. Las paredes no recuerdan tu dolor en la soledad de la casa: es una ironía de nuestra distancia querer permanecer en el abrazo. Cada vez más fuerte en el desamor.

 

Ansiosa por cruzar los reinos, habrás de esperar en el desasosiego lo que tenías perdido en su rostro. Estabas en la comisura del pez, escupiéndome el aliento de la playa, sin dar el primer paso fuera del mar para despedirte, donde la oscuridad es el mejor aliado de tu crimen y, con esa ausencia, me das la bienvenida a la ciudad.

 

La luz duerme sobre la pared, doblega el rastro de la puerta, que sin esfuerzo guarda en su interior mi mayor temor de lo olvidado. Ese vacío que me acaricia la memoria abre la membrana de esta mañana. A pesar de la noche, tomas el resto del licor, lo disfrutas. Miras a un lado la distancia que hay entre tus manos y las horas, sin que tu odio sea esta medida de las palabras, uniendo, en un imposible, el vértice del retrato con el deseo cálido de tu presencia.

 

Siento en el paisaje la piel de mi padre, fría en la evocación de su sonrisa, su pasión se va asfixiando en la angustia porque el miedo de tu rostro se inclina a saludarme con ternura. Has estado allí esperando el paso a tu tierra que no se desgarra del pasado. Cada rincón lo caminábamos con el idioma de los extranjeros: amar tu migración de las palabras que ahora me son ajenas en este país.

 

De su libro

 

Ese animal que engaña mi vientre/Juan Martins

1ª. edición, Mayo de 2012

Colección: Faisán

ISBN: 968825343X

Levantamiento de textos y artes finales:

Ediciones Estival & asociados

Diseño de portada: Karwin Poleo

 

 

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