Corría el siglo XVI, cuando a orillas de un caprichoso río, surgió un próspero pueblo. Su primer trazado, mil metros de largo por setecientos de ancho, albergaba el embrión de “Córdoba la docta”.

Una amena y fértil llanura, alimentada por un serpenteante riachuelo, en ocasiones apacible y refrescante, pero que en otros se transformaba en un devastador torrente que no conocía de límites: imparable y destructor.

En 1639, aquel hilo de agua, solo enturbiado por líquidos jabonosos de los lavaderos de las casas cercanas, transformó su mansedumbre en una fiera incontenible. Su huella se vio invadida por las aguas procedentes de las lluvias torrenciales de las sierras chicas, no muy distantes del valle.

Un aluvión de barro y aguas, cubrió la comarca, sin discriminar color, destruyendo la floreciente ciudad.

Solo tres décadas más tarde, y algunas tragedias más, las autoridades se decidieron a intentar domesticar la bravura inconstante de este engañoso río.

La construcción del Calicanto, fue un primer intento de corregir el descontrolado rumbo de las aguas. Con la canalización y contención se intentaba prevenir futuros ataques de furia. Una obra maestra por la funcionalidad de la misma, más allá de su belleza estética, fue construida con cantos rodados y cal. En 1671 la ciudad de Córdoba, Argentina daba a luz una obra de arte de ingeniería que serviría para mantener la ciudad a buen resguardo del temperamental arroyo.

Pero con un inexplicable arrebato de rabia, como un adolescente ansioso de libertad, la noche del 19 de diciembre de 1890, otra vez el río volvía a hacerse notar. El contenido del cauce se hinchó hasta desbordarse. Un torrente viscoso invadía todo a su paso, arrastrando a un mar de fango, a unas doscientas personas.

Los adormilados habitantes fueron sorprendidos, en sus casas, ajenos a tan inexplicable afán de destrucción. Solo «Un ruido sordo como de carros que pasaban sobre el empedrado a la distancia, puso en alerta a una parte de la población». Palabras de Efraín Urbano Bischoff.

El agua de las copiosas lluvias reunidas en la Lagunilla, origen del río, rompió el dique de contención arrastrando el limo hacia el arroyo que se precipitó en torrente hacia la ciudad. “El agua llegó a un metro en la plaza Central”.

Al amanecer del día siguiente, la ciudad sumida en el desastre producido por el aluvión, contemplaba los restos del Calicanto, por el que discurría un apacible torrente de agua. El reguero de todos los días solo que manchado de barro y ajeno a los destrozos de su cólera nocturna.

Se sucedieron más incursiones aterradoras, pero ninguna tan devastadora.

El 4 de julio de 1944, se colocó la piedra basal de la obra de canalización que reemplazó al antiguo Calicanto. La Cañada, casi 3 kilómetros de murallón de piedras que atraviesa a la ciudad y logra contener las aguas en su momento de crecida.

Bellísima obra de arquitectura que se convirtió en un ícono de la cultura.  Hoy atravesada por puentes de piedra de aire romántico y flanqueada por árboles de pita que la cobijan bajo su sombra. La Cañada es para Córdoba un espacio mítico.

Como a todo lugar emblemático no le podía faltar un toque de misterio, una pincelada sobrenatural. A fines del siglo XIX surge una historia que fue cobrando fuerza hasta convertirse en una leyenda.

Un espectro que vagaba por los límites del encauzamiento; una mujer balbuceante, vestida con harapos blancos teñidos por el tiempo y los lodos del lecho de la Cañada.

En ocasiones asustaba a los transeúntes nocturnos, pero en otras les perseguía envuelta en gimoteos hasta que abandonaban sus dominios. Quizás era una persona con problemas mentales. O realmente un fantasma que, como alma en pena, rondaba  sin encontrar la luz.

Lo cierto, es que hoy, los viejos lugareños, todavía cuentan sus historias.

Un popular verso sobre esta historia

… Parece, Pelada

que sola anduviste,

junto a La Cañada

como un alma triste

¡Clamando oraciones!

¡Velas y novenas!

viejas devociones

para “almas en pena”

ya casi olvidadas

que al fin conseguiste

y, entonces “Pelada”

por eso te fuiste

Fragmento de “Ancua” (1949) de Azor Grimaut

<<La Cañada de Córdoba es uno de los lugares más concurridos y vistosos de la ciudad. No se refiere a un río sino al encauzamiento del arroyo (tres km) que cruza de suroeste a norte la ciudad y que se forma con las aguas de La Lagunilla proceden de las lluvias en la Sierra Chica. Con una longitud de veintiocho km que desembocan en la margen derecha del Río Sequía>>. Fragmentos “Libro callejero del pueblo nuevo”

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