Primer viaje de la mañana. Las luces del ascensor se encienden y la música ambiental comienza a sonar. El reloj digital de la cabina marca seis y treinta, novena planta. Siempre puntual, la enfermera de noche que cuida a el abuelo del noveno.

La puerta del ascensor se abre, entra Clarisa, agotada, se mira en el espejo, intenta acomodarse el cabello, se huele las manos, abre su escote, y un gesto de desagrado empaña su rostro.

La puerta se cierra. Pese a la vejez del mecanismo nos desplazamos con rapidez. Al traqueteo de todos los días, hoy se suma un golpe seco al llegar a cada planta. Eso me alerta, «los frenos de la cabina, hay que revisarlos».

Séptimo piso. La viuda del coronel entra en la cabina, frunce el entrecejo, saca un pañuelo y lo mueve frente a su cara mientras se coloca en el extremo opuesto a Clarisa. El perfume dulce y empalagoso compite con ferocidad con el tufo alcanforado que flota en el ambiente. La enfermera la mira fijamente, suspira y continúa escribiendo en su teléfono. No deja de mover la cabeza haciendo evidente su rechazo al gesto.

Menaje de Clarisa- 06:37.

«Ya apareció la vieja con su perfumito. Yo huelo a desinfectante porque he limpiado a un enfermo, pero ella huele a sudor rancio, ¡porque no se ducha! te dejo, llego en quince minutos.»

Guarda el teléfono y mira la pantalla que indica el número de planta. Se pregunta qué será esa luz roja que parpadea.

Quinta planta. Una madre y su niña pequeña, las nuevas vecinas del edificio, avanzan pausadamente y se colocan en el centro de la cabina casi sin moverse.

—Mamá, no te olvides de comprar el diccionario.

—Sí. Cariño, no te apartes de mí.

Continuamos hasta la cuarta planta. Un joven sonriente se dispone a entrar en el ascensor, lleva auriculares y, aún así, su música invade el momento.

—Buenos días. Hola pequeña ¿los lunes madrugas? —pregunta el nuevo. Una traición al protocolo de silencio tácitamente instaurado. La niña mira con timidez y sonríe.

—Sí —contesta la madre—. «Este muchacho siempre tan entrometido.» La madre coloca a la pequeña delante de ella y la abraza contra sus piernas.

Silencio, solo silencio. Cada uno en su sitio ignorando al resto de los pasajeros.

El viaje continúa. Hasta que un golpe seco acelera la bajada. Un atronador ruido, las luces se apagan. Gritos de pánico que se convierten en un único, oscuro y desgarrador último clamor. Un golpe final. El silencio vuelve a reinar.

La última parada. Te subes a la vida en la parada indicada, pero nunca sabes dónde te vas a bajar

La última parada

Tras algunos minutos una voz.

—Mamá, mamá. ¿Qué ha pasado?  Mi pierna me duele mucho.

—¿Dónde estás, pequeña? No llores, el ascensor ha sufrido una avería, dame la mano, ya volverá la luz —dice el joven mientras su cuerpo cae sobre la niña.

Segundos, minutos de fría quietud.

—Muchacho, mira qué pasa con la enfermera que no se mueve.

—Señora, tóquela usted, está más cerca.

—Muchacha, ¿estás bien?

—Sí. Gracias señora, creo que me he golpeado la pierna, pero no me duele. ¿Y usted?

—Estoy perfecta, no me hice nada ni siento ningún dolor —respondió la anciana plena de energía.

—¡Muchacho! ¿Cómo estás?

—Bien, sentí un fuerte golpe; pero ahora ya me puedo mover. ¡Miren, la puerta se abre! Creo que vienen a buscarnos —dice el joven mientras ayuda a la madre a levantarse.

—¿Y mi hija?

—No, ella no viene con nosotros —contesta la enfermera, desde el suelo, acurrucada en el rincón sujetándose las piernas.

—Muchacha, deja que te ayude a salir.

—Debería ayudarla yo a usted.

—Venga que soy vieja, pero he vivido muy bien, y tú has sufrido demasiado.

En el exterior golpes y gritos, finalmente, la puerta se abre. Engranajes, cables y escombros cubre a un amasijo de personas.

—¡Por Dios! ¡Están todos muertos, el ascensor está destrozado! —dice el conserje del edificio.

—¡Debajo del muchacho, alguien se mueve!  Rápido, una camilla. —Grita uno de los bomberos que abre mis ancianas puertas.

¿Saben qué es lo irónico de esto? Que al final de la vida todos somos iguales.

«Te subes a la vida en la parada indicada, pero nunca sabes dónde te vas a bajar, ni cuánto tiempo va a durar el viaje.»

Y tú, ¿cómo llevas tu viaje?

Sigue leyendo a Liliana del Rosso

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