“No se desea lo que no se conoce”.

Ovidio

 

Sintió vergüenza. Cerró los ojos y deseó en silencio esconder la cabeza en la tierra bajo sus pies. De inmediato, su cuerpo se hundió y sintió el sofoco de su respiración. Con desespero arañó la arena hasta que encontró una luz difusa que le sonreía; al encontrarla aspiró el cálido aire y tosió.

Abrió los ojos y vio al ras del suelo, a un alazán correr a todo galope hacia él, cargando a un jinete árabe que blandía una cimitarra.

 

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