Se nos escapa 2016. Llegan las Navidades y ponen punto final a un año que dejará en cada uno diferente sabor de boca, amargo sin duda para los que han visto empeorar sus condiciones de vida. Lo pueden calificar como doce meses de pérdidas: de años de estudio o trabajo, de ilusión, de horas robadas al sueño sintiendo desconcierto y angustia. Aun así, la peor de ellas es la pérdida de la dignidad, esa hábil culpabilización de la pobreza a la que estamos asistiendo.

Siente un pobre a su mesa

Siente un pobre a su mesa

En los años cincuenta, el régimen franquista ideó una campaña navideña que rezaba “Siente un pobre a su mesa”, epítome de la caridad mal entendida. Consistía en lavar conciencias invitando a cenar en casa a un necesitado en Nochebuena, de tal manera que uno fuera limpio de polvo y paja a la misa de gallo y mañana, si te he visto, no me acuerdo.

Retomemos esa idea, pero de modo que no les salga a cuenta, que ya se sabe que el rico también es rico por avaro. Que cada empresario que aprovechó las leyes para cerrar su empresa prácticamente gratis (pero se guardó antes tanto como pudo) invite a todos los empleados despedidos; que cada titular de una sicav, genial apaño para no pagar los impuestos que tendría que pagar, convide a los mariachis que necesitó para crearla y les cante aquello de “Con dinero y sin dinero / hago siempre lo que quiero / y mi palabra es la ley”, porque así es, las leyes hechas por y para el rico y contra y sin el pobre.

¡Feliz Navidad!

 

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