I

Arden las velas. Cae la noche. Espero ansioso llegue a mi mente ese nombre que he olvidado. Recuerdo su voz susurrándome detrás de la oreja, y entro cada vez más profundo en el sueño. Me veo de pie detrás de un viejo almacén. Cae una lluvia tórrida. Mis ojos se enfocan en la puerta delantera de un auto que entra al callejón. Salen dos hombres reventando en gordura puerquísima. En sus manos una mujer es estrangulada. Ella da un arañazo a uno de ellos y la sangre cae sobre sus cejas: es su último instante. Después exhala en un paroxismo para ser arrojada entre los botes de basura y la lluvia de los charcos. Los tipos se suben al auto y desaparecen tirando una colilla de cigarro en la boca de la mujer. Cae dentro de ella y los labios se le empiezan a achicharrar. Conmocionado voy hacia ella, y observo el humo en su boca y el refulgir de la herida en su cuello. La sangre. Toco su mano, la acaricio. Aún tiembla. No sé porqué, pero aún tiembla. Observo su reloj, es de oro, no lo han robado. En su abrigo hay dinero y cigarrillos, pero no hay ninguna identificación. La tarde se vuelve cada vez más plomiza y la lluvia se transforma en rayos verdes y azules. Las ratas no salen de sus escondites. Un par de hombres y una mujer pasan a nuestro lado pero no nos ven. No sé si esto es un recuerdo o algo que sucederá́, pero estoy seguro, que lo más importante es recordar su nombre, y no hay forma de saberlo en este momento. ¿Quién es ella? ¿Por qué́ desde hace meses, todas las noches, penetro en el mismo sueño y no puedo saber quién es? Es un acertijo para la mente y el espíritu, para mis imágenes desconcertantes que esperan armar este juego. Ponerle un sentido. Y siempre que la policía aparece al encontrar su cadáver, no puedo evitar flotar, y llegar hasta las azoteas de los edificios y encontrarme de nuevo entre el calor de las velas y la noche.

Me levanto de la cama, no enciendo ninguna luz. Bajo a la cocina y me sirvo un vaso con agua. Miro por la ventana y veo la sombra nocturna esparciéndose en mis ojos y riéndose de mí.

Sólo sé que es una mujer quien habita mis sueños, es joven y blanca, de rasgos finos y labios intensos, siempre muere y jamás la he visto en la ciudad. Sólo habita en la región onírica, y no puedo resolver el misterio de su presencia en mi vida. Es sólo una silueta hermosa que deseo proteger y evitar que muera, pero todas las noches es estrangulada, y siempre llego cuando es demasiado tarde, luego, no puedo evitar el retorno a las cuatro paredes blancas de mi habitación con una negra duda y una impotencia asquerosa. Quedarme al borde sin hacer nada. Es un asco ver por la ventana sin poder salvar sus ojos de aquellos asesinos, de no poder incendiar el corazón de esos animales antes que la toquen y la devuelvan a la tierra entre el lodo y los desperdicios.

No puedo volver a dormir. Sería imperdonable volver a aparecer en el mismo sueño y repetir lo sucedido. No, simplemente no me puedo dormir, necesito quedarme aquí, sentado en el piso helado de la cocina, poner la mente en blanco, morderme los puños, golpear la pared hasta que sangre mi cabeza. No puedo regresar a mi habitación y simplemente dormir. Estaré toda la noche en una marea de silencio hasta que algo en mí se congele.

 

II

Es una mañana en blanco, estimulada por un auto insomnio. Plena de sin sabor. Pálida ella y pálido yo, con mugre en las orejas y costras en las uñas de tanto rascar mi piel enferma. Es un círculo vicioso. Es impenetrable su estrategia. No sé cómo detener esta maldición. La piel se me incendia en pústulas que se esparcen con la furia de mis dedos al rascar violentamente y sin consideración alguna a todo mi cuerpo. Si ella me viera así́, con la piel hecha añicos, colgando los pellejos de piel en mis manos y en mi rostro, sin cabello, y con los ojos pequeños como electrones. Si ella me viera así́…por eso, tal vez sólo la veo en sueños cuando mi piel es diáfana, no una lepra, cuando no soy un monstruo de escamas que devora su propia piel. Por eso no viene a verme esta mañana, por eso no quiere que la salve aquí́ en medio del desayuno, por eso espera a la noche, a que me desdoble de mi cuerpo y acuda, una y otra vez, hasta que pueda salvarla y saber su nombre. Repetirlo como un mantra divino que me sacará del círculo vicioso de mis existencias y dará́ la luz a mi lluvia tenebrosa de todas las noches y de todas las mañanas. ¿Qué debo hacer? ¿Incendiar mis brazos y quedarme sin ellos para poder amar a una mujer sin piernas? ¿Debo torcer la vida a tal grado que no quede más que un pantano donde sólo los sapos y los reptiles se regodeen de estar vivos y los humanos nunca hayan sido pensados por la Conciencia? ¿Es mi desgracia escuchar los estruendos de la Tierra? ¿Es el sacrificio que estaban esperando de un ser como yo? ¿O es otra cosa? ¿Una reliquia de heridas? ¿Una colección de lamentos y oraciones? ¿Es un silenciador en la garganta lo que esperamos sentados en nuestras oficinas, en nuestros talleres, en nuestras casas desnudas, en nuestros refugios de la montaña, en la silla eléctrica de los condenados? ¡Es la muerte! ¡Es ella quien nos desnuda de nuestras apariencias y renueva la voz! ¡La voz de la mujer que no he salvado! Sé que ella es una diosa. Un silencio estruendoso brota del líquido de mi corazón: más allá́ del fuego. Es ahí́ donde estará́ ella, y entonces, en un instante, recordaré su nombre.

Texto incluido en el libro de cuentos Corredores salvajes, Luhu Editorial, España, 2016.

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