Es una frase frecuente en las consultas. O, estoy deprimida.

 

Los sentimientos son indiscutibles. Pero, ¿qué quiere decir estar mal?

 

Atender las sensaciones de verdad, es abrirlas con curiosidad y preguntarles a esos monstruos  qué están diciendo.

 

Existe un catálogo  de situaciones que llevan a ese estado muy común. Hasta diría sano, aunque confuso.

 

Desde los contratiempos cotidianos que pegan excesivamente: “no me saludó en la oficina” o “se rompió un caño” y convierten moretones en naufragios.

 

O las interpretaciones que causan dolor. “Hizo tal cosa porque no le importo, porque no me quiere.” Conjeturas con humos de verdad revelada. Una lectura de lo que el otro “siente” que impide suponer, por ejemplo, que simplemente se olvidó. Una distracción no pone en juego  la relación, ni el afecto.

 

Otra de las causas de mal/estar es la impresión de haber sido víctima de una estafa. No se sabe cómo se creció con la convicción de que la vida iba a ser diferente. Esta convicción  convierte las expectativas en exigencias y crea cierta dificultad para soportar los obstáculos que la realidad impone. “Por fin decido  inscribirme y hay paro de transporte.” Y sí, nadie estaba esperando con una alfombra roja.

 

En ocasiones, se va solo como vino “con fecha de vencimiento”; o se instala como una segunda piel, sin que exista algo que amerite el bajón.

 

Todas estas diferencias deben tratarse con profundidad, ojo no digo maquinar, tiqui, tiqui, tiqui como un pajarito taladrando la cabeza. Rumiar los problemas rebuscadamente y llegar hasta Adán y Eva, pasando por mamá, papá y la abuela, es una búsqueda de culpables que no ayuda en nada y más bien sofoca con más explicaciones un estado valioso. “Yo repito la historia de la familia” se instala más como un vicio que una salida.

 

“Mal” puede significar cansancio, miedo, rutina, desasosiego, secretos penosamente llevados, fruncimiento, –falta de espontaneidad– deseos insatisfechos, aburrimiento, dolor de panza o de muela, frustración, sensaciones de irrealidad, torpeza, ausencia de lazos sociales, ropa inadecuada, pelo lacio, rulos rebeldes. Competir, rivalizar: odiosas comparaciones. Inmadurez. Duelos sin elaborar, mudanzas, cambios que asustan, –el paso es más largo que el tranco–. Preocupaciones económicas o de salud, agobio, goteras en el techo, el peso en la balanza. La edad. Dudas, desconfianza, insomnio,  celos  y… podemos seguir.

 

Parecería que mezclo todo, precisamente, una característica de las personas que “están mal” es la de que no anda –o  falta– el termostato de medir heridas. Todo está en el mismo nivel, zapatos y manzanas.

 

¿Por qué perder tan rica gama de posibilidades y enarbolar un estar mal cerrado como una jaula?

 

Conquistaré escasa simpatía con lo que voy a decir: abrir produce molestias.

Pero los esfuerzos valen la pena.

Explorando se puede tropezar con algo nuevo, inventar un código personal que exprese en los hechos –tanto  como en los dichos–  necesidades y  permisos.

 

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