Eran dos los grupos de envases claros y transparentes que ocupaban toda la fila superior del estante colocado en el pasillo central de aquel supermercado. Uno contenía frutas en almíbar, cascos de melocotones que ante los ojos de los compradores se veían apetitosos, provocativos, deliciosos. El otro llevaba en su interior el zumo de las naranjas dulces que se daban en los fértiles campos de la región trabajada con tecnología de altura, para ese propósito.

Ambos prodigaban la higiene con que habían sido envasados para mantener toda la pureza y toda la calidad con que debían llegar al consumidor.

Y con mucha rapidez, uno tras otro, desaparecían del estante donde estaban colocados. Estas acciones  ocurrían por obra y gracia de un consumidor que procuraba llevar lo mejor de los productos para el sustento familiar en un ritual que cada quincena de mes se repetía como si fuera el tributo de una promesa eterna.

         Al final de una semana de duro ajetreo comercial, sólo quedaron dos de aquellos envases: uno contentivo de las conservas de melocotón y el otro con el jugo de naranja. ¿Y dónde se ubicaba el punto central de este relato? En la materia prima de la cual estaban hechos, pues, uno era de vidrio y el otro de plástico. Y en el transcurrir de aquella noche larga de fin de semana en que se cerraban las panorámicas puertas del supermercado, dándole entrada a un mundo fantasioso de luces apagadas y silencio de pasillos, se entabló una discusión entre ambos recipientes, con la expectativa de todos los demás artículos que adornaban el local  por conocer al triunfador en la controversia que se presentó, cuando los dos se propusieron determinar cuál era de mayor utilidad para el humano.

Mi calidad para responder por la misión para la cual fui creado no se discute  -dijo el envase de plástico.

Porque es algo que he estado haciendo desde que el humano lograra obtenerme, cuando alcanzó a descifrar los muchos caminos que dejaron abiertos los derivados de mi eje inicial: los hidrocarburos.

El avance tecnológico que supuso la reorganización en el plano espacial de mis moléculas polímeras para obtener un producto resistente y confiable -señaló-, representó un vuelco en la economía mundial, así como también la fabricación en serie de toda una inmensa cantidad de productos para cubrir la demanda comercial, prácticamente en todo el mercado internacional  –continuó en su larga y entusiasta exposición.

Por lo tanto, está probado con creces que yo soy de mayor utilidad para el humano, pues, todo aquello que le permite llevar una mejor vida, está hecho de material plástico-. Terminó su intervención, bufando por lo intenso de la perorata con que defendió su motivo.

Debo reconocer que te mueves en mayor proporción que yo, con respecto a la multiplicidad de uso que el humano te ha dado en los últimos tiempos  -inició la suya, el envase de vidrio.

Pero hay algo por lo que no te has paseado – continuó.

¿Y cuál es ese algo? -, preguntó el envase de plástico.

El hecho de que yo soy de material reciclable –expuso con tranquilidad el envase de vidrio.

¿Y eso qué quiere decir? –siguió con extrañeza el envase de plástico.

Yo también soy material reciclable. Replicó, desafiante.

Pero mi materia inicial puede volverse a obtener al degradarme a mi composición primaria y con ese material logran formar el mismo producto para ser usado nuevamente.

Es decir, que no colaboro a aumentar la cantidad de materia sin uso en el planeta –dijo el de vidrio.

Mientras que tú –continuó ya de forma imparable-, no regresas a tu materia prima inicial, el gasto de energía es muy grande y en ese proceso dejas muchos residuos contaminantes y, además, el humano no puede eliminarte; por lo que seguirás acumulándote como materia –redondeó, tajante.

El tiempo para que puedas ser degradado y volver a tu composición estructural, constituye un tiempo muy largo para la vida humana. Así que, ¿cuál es de más utilidad para los seres humanos? –preguntó, en un tono más suave, el envase de vidrio.

Al no obtener respuesta alguna por parte del envase de plástico, todos los demás artículos y mercancías que habían estado expectantes, comprendieron cuál había sido el triunfador de aquella discusión que se dio esa noche larga, lluviosa y fantasiosa de fin de semana en aquel local comercial. Al rato, sólo se escuchaban los murmullos de los estantes refrigerantes de toda el área, mientras la oscuridad nocturnal se iba disipando.

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