El agua me mojó todo el pantalón, los zapatos, la camisa, el pelo, la cara, los brazos, el cuello; todo. Estaba empapado de pies a cabeza, y lo estaba porque yo quería, porque por un momento de mi vida había decidido bajar la guardia y dejar que la lluvia me mojara, y era maravilloso porque me sentía tan vivo que no hay forma de describirlo.

La lluvia me impedía ver correctamente, debido a que uso lentes y ellos también se mojaron, y al mismo tiempo no podía respirar del todo bien (era como una lucha para encontrar aire para inhalar), y… no lo sé, todo era tan demasiado que era imposible no sentirme vivo en ese momento.

La adrenalina me corría por las venas, sentía mi corazón latir con rapidez contra mi pecho, mis oídos estaban más atentos a los sonidos a mi alrededor, mi nariz buscaba aire con desespero, y mientras todo eso ocurría, seguía sintiendo el agua pegarse a mi cuerpo a través de la ropa.

Era una sensación extraña, pero completamente increíble.

Cuando llegué a casa, me bañé, me saqué el agua de lluvia del cuerpo, me tomé una pastilla y no me resfrié. No me dio asma, no me dio gripe, no me dio nada, cosa que me hizo pensar que quizá ese miedo que tanto le tenía a la lluvia ya ni siquiera tenía motivos reales para existir, pero el punto no es ese; el punto es que luego, en la noche, mientras estaba acostado en mi cama pensando en lo que había hecho en el día, me di cuenta de una cosa: quería volver a vivir ese empaparme con la lluvia, aunque sabía que al hacerlo habían posibilidades de que me enfermara o quién sabía qué.

Hay personas que dicen que aman la lluvia, pero usan paraguas debajo de ella. Pienso que algo más o menos así es la vida: hay gente que dice que ama la vida, pero que realmente no la vive.

Y vivir es… yo creo que vivir es mojarse bajo la lluvia. Mojarte sabiendo que quizá te enfermarás, que es posible que te dé asma, que haya un algo a tu espalda que te esté empapando por completo, que estés batallando por entrar en un autobús en el que sabes que hay posibilidades muy bajas de que realmente te puedas montar, mientras no ves nada porque tus lentes están empapados y casi ni respiras porque el agua es casi lo único que hay en el aire.

Vivir es mojarte bajo la lluvia, tener la adrenalina corriéndote por las venas, tener el corazón latiéndote con ferocidad contra el pecho, y todo con una consciencia tan plena de que estás vivo, que no puedas pensar en más que eso: estás vivo, estás viviendo, y eso es lo único que importa.

Vivir es lo más terrorífico y hermoso del mundo. Literalmente lo único que hace falta para morirse es estar vivo, por lo que técnicamente siempre está el riesgo latente de poder morir simplemente por estar vivos.

Y, ¿sabes qué es lo asombroso de eso? Que es como las montañas rusas.

Hace poco le expliqué a un amigo que lo emocionante de las montañas rusas son las subidas y las bajadas. Él me contó que tenía miedo de que le partieran el corazón, así que pasé a relatarle cómo me parecía que ninguna montaña rusa que fuera plana valía la pena, y que así mismo era la vida: se trataba de las subidas y las bajadas, no de los momentos estáticos en los que no ocurría nada.

Que no se me malinterprete: esos momentos estáticos, de calma, de nada, son necesarios a veces, pero en ellos no está la emoción, y eso era lo que quería que él entendiera.

La vida es una montaña rusa, y lo emocionante de ella está en las subidas y las bajadas.

Aprendí eso un día mientras pensaba profundamente en algo: no quería subidas en las montañas rusas, porque sabía que, mientras más alta la subida, más dura sería la caída. Eso es física simple: todo lo que sube tiene que bajar, y nadie podía decirme lo contrario, porque eso era lógica simple, y era tan, tan simple que ni yo mismo podía obviarla.

Pero, ¿sabes qué también era lógica simple? Que haber venido a la vida para no vivirla era lo más estúpido del mundo.

A la mierda el miedo, me dije un día. Si me van a romper el corazón, pues que me lo rompan, que así como solito se rompió, así mismo se va a reparar. Si me voy a romper una pierna, pues me la parto, y ya, que aún me queda la otra y de alguna forma veré cómo resuelvo. Si las cosas me salen mal, pues no importa: de los errores se aprende, y lo importante de las caídas es cuando te levantas, y a seguir el camino, que nadie dijo que era fácil…

La vida no es fácil, pero tampoco es imposible. Enamorarse da miedo, pero vale la pena. Entregar tu corazón a alguien más es la vulnerabilidad en su máxima expresión, pero te hace sentir tan vivo que, una vez que lo haces, no te arrepientes de haberlo entregado.

Al fin y al cabo… la vida da miedo, pero se trata de vivirla.

 

Nota: “Montañas rusas y lluvia” es un ensayo del libro recientemente publicado por Violet Pollux titulado “Notas para El Amor De Mis Lunares”. Puedes encontrarlo en la plataforma digital que quieras, y también en físico a través de Amazon.

 

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