Hace poco tiempo atrás, de esto hará unos cuatro o cinco meses, visité una zona de cerros chatos donde, en una de sus laderas, se formaron unas grutas. Una de ellas está abierta al público, otras permanecen sin aparentes visitas. Al punto que ni el dueño de los campos se aproxima. Sobre ella me referiré en un rato, pero primero deseo contar sobre la primera gruta que conocí y fotografié: la gruta abierta a la visita del público.

En la gruta de acceso libre puede verse, en una de las paredes interiores de la cara cóncava de la masa rocosa, una suerte de imagen. Es algo similar a la representación de un humano, pero con un aspecto más alargado, tanto en sus extremidades como en su tronco o cuello. Son como manchas, apenas un poco más oscuras que el resto de la superficie rocosa.

La gruta gemela

La gruta gemela

La vegetación es importante en un sector particular de la ladera, y solo en esa zona. La cima es casi una planicie rocosa, apenas cubierta en porciones por un pasto amarillento, ralo. La tierra se compacta entre grietas de la piedra y de allí surgen formas de vida vegetal.

Observé, varias veces, las fotografías registradas en tan hermoso entorno. Me intrigaba particularmente la imagen que parecía la figura de un humano. Ese fue el motivo por el cual le acerqué las fotos a un amigo docente de la facultad de arqueología. A él también le pareció interesante y me propuso visitar el lugar nuevamente, pero juntos y además, visitar la otra u otras grutas. Él conocía al dueño de los campos y logró contactarlo.

Visitamos la gruta de acceso público durante una mañana, hace una semana atrás. Nos detuvimos a mirar con cuidado la zona antes registrada por mi cámara. Todo estaba igual.

Pasado el medio día nos dirigimos hacia la otra gruta, pero no pudimos acceder sino hasta la tardecita, puesto que la autorización no había llegado del capataz al encargado del puesto. Se precisó una llamada al celular del dueño por parte de mi amigo el profesor. El encargado del puesto de estancia no había recibido la comunicación sobre nuestra visita, pero al escuchar la voz del dueño, respondió que con gusto nos llevaría hasta el pie del cerro.

Por momentos la señal de los celulares se cortaba. Lo cierto es que al cabo de un par de horas estábamos a los pies del cerro. Tuvimos que subir muy despacio. En una sección esto implicó el uso de arnés de seguridad y cuerdas. Una aventura a la que no estoy acostumbrado pero el entusiasmo era inmenso.

El ingreso a la zona de la cueva fue dificultoso pero la belleza superó mis expectativas. Es mayor en tamaño, en variedad de colores visibles, la entrada de luz y en una serie de aspectos más; como la rica variedad vegetal que tapiza algunas zonas de la ladera por donde accedimos. Una pequeña fuente de agua que desfila fría y permanente me motivó a seguirla, corriente arriba. El delgado curso se perdía al interior de la cueva, en medio de una grieta de reducidas dimensiones. La semejanza con la otra gruta era llamativa. Como esculpidas en serie y por un mismo cincel.

En determinado momento, cansados miramos hacia la parte superior y notamos una abertura, similar a la otra cueva. Pero en esta pudimos ver no la luz del día como en la otra, sino las estrellas, pues la noche cubría como un manto todo aquel lugar. La tarde había pasado rápido y en pleno otoño, la oscuridad se impone sobre las seis y poco más. Así nos dimos cuenta que el reloj marcaba la siete.

Finalmente, optamos por pernoctar allí. Nuestro baqueano guía, el puestero, traía algunas cosas para asar. Entendió claramente que aquello nos llevaría más tiempo del que pensamos en un primer momento. El silencio era como un manto que todo lo cubría. Las estrellas estaban en lo alto, visibles por aquella superficie excavada en el techo de la cueva. Pero también en la abertura amplia de la entrada que miraba al sur podía visualizarse el firmamento, la extensión de la vía láctea.

Armamos campamento a un lado de la cueva, debajo de su entrada. Fotografiamos las paredes y nos quedamos conversando hasta tarde. Estaban cubiertas, como las paredes de la otra cueva, por figuras con aspecto humano, aunque alargados.

Sobre las tres de la madrugada nos quedamos sin Internet, sin señal en los teléfonos. Estábamos subiendo las fotografías y se cortó todo.

Había una gran piedra, igual que en la otra cueva, justo en el medio de la misma, debajo de la superficie abierta en el techo.

Súbitamente, una potente luz se coló por la abertura cenital de la cueva. Provenía del exterior del cerro, por fuera de la concavidad de la cueva, claramente como la luz del sol que entraba en la tarde y desde el medio día. Sin embargo, eran las tres de la mañana.

Se nos ocurrió que la potencia de la luz era como la de un reflector de un helicóptero, sin embargo, ningún ruido de las aspas o motor se oía, sino un silencio total. No escuchábamos grillos u otro sonido que es habitual.

Una particularidad de la luz que notamos, solo al superar nuestra sorpresa primera, fue que la misma se proyectaba en haces muy unidos que seguían un patrón en forma de espiral. Se proyectaban los haces sobre la superficie de la piedra debajo de la abertura cenital, desde donde provenían los haces. La luz era de un color blanca al comienzo, pero luego viró al azul, después al verde y finalmente al rojo. Todo eso duró quizás tres minutos o cuatro, más o menos. Finalmente, el haz de luz despareció y estábamos como cegados. Ningún ruido, ningún movimiento, solo la luz. La luz proyectándose sobre la roca del medio de la cueva.

Al cabo de un rato, tras el apagón de las señales de teléfono todo volvió a la normalidad. Los ruidos típicos, los casi silbidos de algunas insecto y aves del campo se instalaron y casi nos ensordecen por casi una media hora, luego, poco a poco, se apaciguaron las emisiones sonoras.

Afuera de la cueva, a hasta donde nuestra vista lograba captar desde la altura donde se encuentra la entrada a la cueva, en la ladera del cerro, nada parecía anormal, nada parecía haber cambiado, y quizás nada debía hacerlo, pero buscábamos una suerte de explicación.

El puestero fue el primero en decir algo.

̶ ¿De dónde vino esa luz?  Nunca había visto una tan grande.

̶ ¿Cómo dice? -Le preguntó mi amigo, el profesor. ¿Acaso alguna vez vio alguna luz así en la zona?

̶ Parecida, pero no tan brillante. Hace unos años, cuando vinimos con el patrón. Pero no volvimos a subir en todos estos años…

̶ ¿Quién y por qué emitió esa luz? Pregunté, sin esperar respuesta de parte de nadie.

̶ ¿Por qué esta gruta se parece tanto a la otra? –Comentó el profesor, rascándose la barbilla. Creo que quizás el dueño de los campos algo sabe y.… o quizás su experiencia fue fuerte y prefirió no indagar más.

̶ ¿Y por qué nos dejó subir? –Pregunté muy rápido.

̶ Me conoce bien.  Hace muchos años fue alumno mío. Sabe como soy.

̶ Persistente, sí. Lo entiendo ̶ dije con una sonrisa que terminó en una carcajada compartida.

̶ Yo diría que porfiado, pero no importa. Eso nos lleva a conocer ¿no? –Respondió el docente, que con cara de cansado consideró que era tiempo de descansar.

Lo que nos dio una alegría enorme fue que, por descuido nuestro y en buena hora, una de las tres cámaras seguía grabando. Todo el fenómeno quedó registrado. Un golpe de suerte.

Pedro Buda

2015

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